Memoria histórica

El fin del aislamiento coruñés

La historia del ser humano está profundamente ligada con su inventiva e ingenio. La enorme capacidad de las personas para idear pequeños o grandes artefactos que les hagan sortear los escollos que le ponen trabas a una vida mejor, han significado los grandes saltos en la evolución de nuestra manera de ser y de vivir. Una de esas ideas revolucionarias tiene un nombre que a todos nos parece cotidiano y, más bien, anodino: El tren, el ferrocarril.
El fin del aislamiento coruñés
Estación 02
Estación de San Cristóbal

No obstante, si le hubieran hablado a una persona de 1800 que el mundo tal y como lo conocía iba a cambiar y que pronto podría viajar más rápido, más cómodo y asegurar el comercio a largas distancias de manera sencilla y pronta… Hubiera pensado en magia o en algo propio del demonio. Así fue hasta 1814, cuando George Stephenson utilizó la máquina de vapor para crear una locomotora. De pronto las posibilidades del ser humano se abrían, se ensanchaban y se alargaban.

El primer ferrocarril del mundo realizaba el trayecto de Stockton a Darlington (Gran Bretaña) y circuló a través de la vía férrea desde 1825. Para España la llegada del invento fue algo que observar de lejos. No en vano, la primera línea española se construyó al otro lado del atlántico, en Cuba, en 1837. La línea unía La Habana y Güimes. En territorios ibéricos, por su parte, el primer ferrocarril español permitía desplazarse desde Barcelona a Mataró y quedó construido en 1848.

En A Coruña todos clamaban porque el invento llegase también a este trocito de paraíso gallego. En aquellos años la inexistencia de un tren en una ciudad significaba poco menos que permanecer aislado, estar relegado y ser algo así como el último mono. Por eso los coruñeses seguían de cerca las largas discusiones políticas que terminarían por concluír cómo, cuándo y desde dónde haría su aparición aquel primer ferrocarril herculino.

Corría el 5 de septiembre de 1958 cuando A Coruña recibía una regia visita. La comitiva real de más de 100 personas, acompañaba al primer monarca de los Borbones que pisaba la ciudad. Era la reina Isabel II y con ella su marido, Francisco de Asís y su hijo, el príncipe de Asturias. Isabel llegó a A Coruña para dirigir un solemne acto que culminaría unos años después con la llegada del tan ansiado ferrocarril. La reina arrojó la primera tierra en los terraplenes del ferrocarril allá por A Gaiteira y dio por inaugurada su construcción.

Lo bueno se hace esperar: eso debieron de pensar los coruñeses al ver que la construcción de la dichosa línea se alargaba durante 25 años. La cuestión es que el trasto llegó y los coruñeses habían tenido tiempo de sobra para preparar la celebración que aquello implicaba.

Un cuarto de siglo más tarde, durante los primeros días de septiembre, A Coruña se había vestido de gala. Banderillas venecianas, guirnaldas, iluminación y toda clase de elementos decorativos embellecían las calles para recibir a aquel príncipe de Asturias que ahora era rey. Alfonso XII y su esposa Cristina, fueron los encargados de hacer el primer viaje oficial en la línea de ferrocarril que uniría a partir de entonces la capital con la ciudad herculina. Los festejos, los cabezudos, bailes de sociedad e incluso una muiñeira dedicada al monarca; hicieron las delicias de tan señalada celebración. A Coruña dejaba de estar aislada y ya podía sentirse parte de ese nuevo mundo que empezaba a parecer un poco más pequeño a medida que las distancias no resultaban escollos tan insuperables.

La otra estación 

En 1872, once años antes de la inauguración regia, habían comenzado en la ciudad las obras para construir la primera estación de tren que tendría la urbe herculina. No es de extrañar, al ritmo que parecían avanzar las cuestiones férreas en A Coruña, que la construcción se retrasase una década y que, ya que Alfonso estaba por aquí, la diese por inaugurada a la vez que estrenaba la línea en 1883. Así nació la ya desaparecida, Estación término de A Coruña. Con ella, también llegó la línea que partía desde Palencia.

Término fue la suma protagonista del trasiego de viajeros de los vagones ferroviarios durante largos años. No obstante la campanada sonó en 1943, cuando abrió las puertas la nueva estación. Bautizada con el nombre de San Cristóbal, el edificio neorrománico diseñado por Antonio Gascué Echeverría maravilló a los coruñeses sobremanera. Tanto fue así que, a partir de su existencia, cada vez que había que elegir dónde terminaría un trazado o dónde bajarían los pasajeros sus maletas; todo el mundo parecía aclamar: “En San Cristóbal”. Más moderna y con un diseño inédito en España y solo comparable con otra estación en Helsinki, San Cristóbal no tardó mucho en ensombrecer por completo a su vecina de la que solo le separaban 400 metros. Al menos hasta 1964, cuando otro infortunio golpeó de manera irremediable a la estación Término: El fuego arrasó su edificio principal y quedó definitivamente clausurada.

La Estación de tren que conocemos todos ahora mismo, la imagen que se nos viene a la cabeza al pensar en ella: con su reloj, la claridad interna y su espacio… Fueron los detalles que conquistaron a aquellos coruñeses y los que hoy nos siguen convenciendo. San Cristóbal es un lugar lleno de emociones: Es el territorio de las despedidas, de los encuentros y de los besos más o menos tristes que todos nos hemos regalado sobre sus suelos. Las estaciones de tren tienen siempre un algo romántico que las hacen parte del sentir de su ciudad y por eso, debemos recordar siempre que podamos cómo llegaron a nosotros. Esta es su historia, la de San Cristóbal y su manera de reinar en un rincón al lado de Los Mallos. 

El fin del aislamiento coruñés