ESPECIAL DÍA DE LAS PERSONAS MIGRANTES: SEGUNDA PARTE

Josefa Álvarez: “El migrante sufre mucho al principio”

Josefa, Fina o Finita tiene 82 años. Aunque nació en Galicia, responde a mis preguntas desde Buenos Aires, lugar al que emigró con 13 años huyendo de la miseria de la posguerra española. Nada más saludarla advierto dos cosas: que la mezcla del acento gallego y argentino es muy musical y que esta mujer tiene mucho que contar y lo hará con una claridad ejemplar.

Josefa Álvarez: “El migrante sufre mucho al principio”
Fina
Fina

Josefa Álvarez Carballido nació en 1937 en San Martín de Suarna, una aldea de Lugo cercana a la frontera con Asturias. Su nacimiento y sus primeros años de vida estuvieron marcados por la complicada situación que atravesaba España: La guerra civil, la posguerra y la dictadura franquista. Fue una época de represión y pobreza, pero Fina la recuerda con una sonrisa que se adivina incluso desde este lado del teléfono: “Me quedó todo grabado. Hoy es una tristeza, no vive nadie. Las casas por dentro son más lindas, pero en aquel momento éramos muchos. En mi familia éramos 8 hermanos, en la del vecino 7... Imagínate, con la guerra de España y luego la Guerra Mundial... Así que miseria espantosa, pero nos divertíamos.” Habla de San Martín como un lugar muy bello, recuerda las tardes de excursión en el río y la suerte de haber podido asistir a la escuela, algo no tan común en todas las aldeas gallegas. “Teníamos el ingenio del chico que siempre encuentra la forma de jugar.”

San Martín era una pequeña aldea llena de castaños y cerezos, donde si una idea había calado en la gente era la de que unos debían cuidar de los otros, sin dejar atrás a nadie: “Recuerdo eso, que había mucha pobreza y limitaciones, pero mucha solidaridad.” La generosidad de los vecinos del pueblo se dejaba ver por doquier, no eran pocos los gestos y resultaban de una importancia vital para las familias en un contexto tan complejo. Fina recuerda cómo un año en el que a su familia le era imposible recoger su cosecha, un vecino pidió la dispensa del cura para que todo el pueblo pudiera ir a trabajar el domingo y ayudarles a recoger el centeno. También, cómo todas las familias que tenían un poco más y que podían hacer matanza, guardaban siempre una parte para repartirla entre las personas más necesitadas: “Nosotros, los tres hermanos más chicos íbamos a repartirles a los vecinos que no habían carneado y era lo que hacíamos la mayoría de los vecinos.”

Las noches de finales de los 30 y principios de los 40 eran noches de reunión en la casa de Fina. Su padre y un vecino estaban suscritos a un periódico y todo el pueblo acudía a su hogar a leer las noticias de la guerra a la luz del candil. “El único medio para no estar aislados del mundo era el periódico.” Y así, entre comentarios de los mayores sobre cómo discurría la contienda: Qué países avanzaban y cuáles retrocedían; los más jóvenes hacían lo que los niños deben hacer: “Los chicos jugábamos a la guerra. Mi hermano, que era de los dirigentes porque tenía 12 años o así era Rusia, que era el país que iba ganando la guerra. Otro que era de su misma edad era Alemania. Y yo, que era de las más chicas, era Italia o Portugal. A los más chicos nos daban los países que estaban peor en la guerra.”

“El migrante sufre mucho al principio”

El hermano mayor de Fina, David, migró a Argentina en el año 48. Había estudiado para ser relojero en Fonsagrada con un tío y, una vez en Buenos Aires, trabajaba hasta en dos lugares distintos para poder ahorrar todo el dinero posible y pagarle los viajes a sus hermanos. En la España de aquel momento las posibilidades de tener un trabajo y vivir tranquilamente eran escasas. En el caso de las mujeres eran casi inexistentes: “No había salidas... Las chicas o se metían monjas o emigraban, no había mucho más.” De hecho una de las hermanas de Fina vistió los hábitos a los 22 años. En contrapartida a esta situación, propia de la destrucción que las diferentes guerras habían ido dejando en Europa y en España, Argentina se convirtió en un país industrial, el lugar al que se podía ir a trabajar. Millones de europeos cruzaron el atlántico y una vez allí trataron de enviar toda la ayuda posible o de juntar lo necesario para llevarse consigo a la familia que quedara al otro lado: “A mi otra hermana la trajo David con 16 años, fue la primera que trajo, debía de tener miedo a que se hiciera monja también.”

Otro de los hermanos de Josefa, Horacio, había vuelto de la mili con tuberculosis. Estuvo largo tiempo enfermo. David, desde Argentina, ahorraba para llevárselo en cuanto se repusiera y le dieran permiso de viajar. Al final llegó el pasaje para el hermano, pero no venía solo... David había mandado también uno para Fina. Ella recibió la noticia con alegría, tenía 12 años y se lo contó a sus amigas loca de contenta. Al principio el padre de Fina no estaba muy convencido, no le parecía bien la idea de que “a nena” se fuese. Fue su madre, ya enferma, quien tuvo que convencerlo a base de recordarle que la chica allí tendría oportunidades, que podría estudiar y que David y el resto de sus hermanos la cuidarían. Dieron comienzo entonces los preparativos del viaje que llevaría a los dos hermanos a realizar una larga travesía por mar: “En aquel momento demoraban mucho los trámites, yo calculo que habrá sido un año y medio...Cuanto más se iba acercando la fecha más me iba agarrando la angustia.”

La mayor parte de los barcos de los migrantes gallegos partían desde el puerto de Vigo rumbo a Argentina. La travesía duraba 15 días y no siempre era un viaje apacible. Muchos serán los gallegos que vivieron dos semanas de náuseas constantes y de impaciencia por apoyar sus pies en tierra firme: “Vinimos en un barco que era, como dicen, una cáscara de nuez, que después se hundió aquí en el río de La Plata. Era un barco de carga... Un espanto. Hoy día, no sé, me moriría de susto cuando el barco pasaba el ecuador e iba para arriba y para abajo, pero para mí todo me causaba una aventura.” Era 1952 y Fina llegó a Buenos Aires de la mano de su hermano. Sorpresa mayúscula la suya al ver que todo el pueblo iba al puerto a dar la bienvenida a los migrantes. La fiesta no les duró mucho a Fina y su familia. En Argentina había mucho control, después de algunos casos de trata de blancas con las migrantes recién llegadas, habían decidido no entregar a una menor de edad a un varón bajo ningún concepto. Así que la niña, con sus trece años, acabó en una oficina de asuntos migratorios, esperando a que alguna de las mujeres pudiera arreglárselas para recogerla. Finalmente, con la colaboración de algún otro gallego servicial, pudieron rescatarla y Fina conoció el que sería su hogar durante los 12 años siguientes: ”Era una casa muy humilde. Mi hermana trabajaba, todos trabajaban, así que no habían podido preparar la cena, pero eso no lo sabíamos. Mi hermana sacó lo que sería una horma de 4 quilos de queso, otra con 4 quilos de dulce de batata y unas mandarinas. Yo pensé que eso era una fiesta porque llegábamos nosotros de España. Me quedó grabada la sensación de pensar: Qué ricos que estamos. Me llamaba la atención la cantidad de comida.”

Fina comenzó una nueva vida y advierte que aunque uno termina por acostumbrarse, el emigrante sufre mucho al principio. Por suerte tenían el apoyo de la comunidad gallega, en su caso el centro lucense, que arropaba y ayudaba a los recién llegados. Además, los propios argentinos eran personas generosas, muy conscientes de que para una niña llegar desde tan lejos y estar alejada de sus padres no podía ser fácil. Fina pudo estudiar. Las maestras y las otras alumnas la recibieron amablemente, ofreciéndole libros y todo lo que necesitase. Había comida, había escuela y se respiraba una felicidad diferente a la de Galicia: “Era una responsabilidad... Con todo yo en mi casa era la chica, era la nena y me mimaban dentro de lo que eran los mimos. Acá mis hermanos salían a trabajar a las 6 de la mañana y yo, antes de ir al colegio que estaba a unas 10 cuadras, tenía que ir a encargar la carne de la comida.”

“Que tengan espíritu crítico, que no se crean lo primero que les digan y que luchen porque hay que luchar.”

Fina comenzó a estudiar en la facultad, pero por el camino se enamoró de un argentino que conoció en los bailes de carnaval de un partido político. Se casaron y tuvieron hijos, pero la vida, todavía le tenía preparada una sorpresa desagradable a Fina y a todos los que vivían en Argentina y tuvieron que soportar durante la dictadura cívico militar de Videla, la violencia y el terror: “Me pregunto si uno no estaba un poco anestesiado porque hubo una época en la que los medios no te informaban de nada... De golpe te enterabas de alguna anécdota de una madre a la que le desaparecía la hija, pero como que no lo comunicaban. Claro, todos teníamos miedo de todos. Fue como revivir lo que pasaba en Galicia con la etapa del franquismo.” Aunque es cierto que en Argentina se dieron otros golpes de estado y cierta innegable inestabilidad política durante las décadas de los 50 y 60 nada fue comparable a lo sucedido en ese momento: “Antes uno no tenía miedo, pero el golpe de Videla fue de terror.”

Hija de republicanos, Fina ha vivido siempre defendiendo sus valores y muy pendiente de la política argentina, española e internacional. Acusa a la ignorancia, a las pocas ansias de saber que tiene la gente, como la culpable de que vivamos encerrados en nosotros mismos, anclados en el individualismo y en la pasividad: “Estas cosas como que me sacan la cosa de creer en la gente... No sé qué hay que hacer. Yo creo que tiene que haber otros medios de comunicación para que la juventud tenga un poquito más de interés.” Escuchando todo lo que me cuenta Fina comienzo a entender eso que me habían dicho de que resultaba casi imposible ganar un debate político contra ella: tiene las cosas claras y se explica meridianamente y sin ambages. Fina achaca los problemas de xenofobia que venimos sufriendo, a la destrucción de la industria. Me cuenta cómo en Argentina los gobiernos fueron cediendo más y más en ese terreno, dejando de producir y pasando a importar. En ese camino se cerraron fábricas y la gente perdió sus trabajos. Al mismo tiempo que los medios de comunicación transmitían mensajes de que el problema era el extranjero: “Lo que no analizan es que el paraguayo, el boliviano... No es el problema. El problema es la política económica.”

 

Galicia sigue en el corazón de Fina, la recuerda con cariño. Ha vuelto de visita algunas veces, pero admite que nunca pensó en retornar definitivamente: “Nosotros quemamos los barcos. Nos vinimos y había que hacer una nueva vida y nunca volver a atrás.”En Argentina, esta gallega no solo ha tenido una vida feliz, sino que ha conseguido cosechar cariño y lealtades a cientos. Sus amigos la admiran y respetan y su familia la quiere profundamente. Fina tiene 82 años y me cuenta que ha tenido que sucumbir a las tecnologías por culpa de la pandemia y ahora incluso participa en un coro por Zoom. Escuchándola me pregunto cuál es la clave para conseguir ser tan íntegra, capaz y lúcida como ella. Así que le pido un consejo para los más jóvenes y Fina, una vez más, lo tiene muy claro: “Que tengan espíritu crítico, que no se crean lo primero que les dicen y que luchen, porque hay que luchar.”

Josefa Álvarez: “El migrante sufre mucho al principio”