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COVID-19: ¿la Ira de los dioses?

Los relatos mitológicos están colmados de narraciones referidas a graves faltas de los pueblos que merecieron el castigo de los dioses. Diluvios, plagas, hambrunas, fuegos cósmicos…

A veces los crímenes fueron contra el plan o mandato de los dioses en cuanto al orden de la naturaleza o la sociedad, otras por desafiar su voluntad o más aún por intentar apoderarse de sus atributos divinos.

COVID-19: ¿la Ira de los dioses?
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Independiente de creencias religiosas particulares, tiendo a ver en estos relatos una alusión a fenómenos externos al ámbito humano, provenientes de un sistema mayor, y con la habilidad de producir un shock de tal magnitud, que tiene el efecto de corregir desvíos y rectificar conductas. En muchos de estos relatos los pueblos arrepentidos rectificaron conductas, o cumplieron penosos castigos hasta ser rehabilitados.

Siguiendo la doctrina de Silo, me fui formando en una visión estructural y procesal del mundo social, de la naturaleza y de la propia conciencia. Mirando el fenómeno sin precedente en el que estamos inmersos no puedo dejar de advertir analogías con estas narraciones que se remontan a la memoria antigua de la humanidad.

Desde este punto de vista entiendo la acción de los virus, externos al plano de la vida biológica, pero con la capacidad de modificarla y destruirla, como un shock corrector de la índole de los que narran las leyendas, solo que de una magnitud sin precedente.

COVID-19 no solo ha causado sufrimiento y muerte a decenas de miles de seres humanos, sino que ha destruido empleo para millones de familias, ha afectado industrias completas como hostelería y restauración, base productiva, cadenas de suministro, servicios de toda índole… un mazazo sin parangón en la historia humana. Se ha expandido como un incendio, por todo el mundo en cuestión de semanas, obligando a la parálisis y reclusión de mas de la mitad de la población del planeta.

No parece entonces riguroso comparar esta pandemia con otras anteriores en la historia moderna como la influenza en 1918 y otras más recientes. Establecer esa similitud con episodios bien diferentes y poco documentados en el pasado, pretendiendo que se trata del mismo fenómeno, no ayuda a asumir la magnitud de lo que vivimos hoy, ni a prepararse adecuadamente para lo que se avecina.

Un mundo como el de hoy no existió nunca antes en la historia humana. Es un fenómeno nuevo. Quiérase o no ya constituimos una incipiente Nación Humana Universal. Cuando el cuerpo social está afectado simultáneamente, con los mismos síntomas y las mismas estrategias de asistencia y curación. Cuando el virus se desplaza desde todas las latitudes en direcciones y a velocidades impredecibles. Cuando adelantamos y comparamos en tiempo real las estadísticas de progreso, detenimiento y retroceso de la plaga. Cuando desde los distintos centros de producción de medicamentos, equipos de protección personal, y equipos de asistencia y control del virus se envían productos y equipos de médicos expertos en cuestión de horas a los lugares de mayor urgencia. Cuando se buscan antídotos y vacunas aceleradamente en los mejores laboratorios del planeta, es evidente que estamos en presencia de un fenómeno nuevo, que toma precedente sobre todas las demás prioridades del mundo actual. Es indicativo que en ese parto doloroso nace y toma conciencia como experiencia social por vez primera esa Nación Humana Universal.

Los individuos humanos en todas las latitudes realizamos por vía de experiencia que somos protagonistas en un fenómeno nuevo y asumimos nuestras responsabilidades sin coacciones ni amenazas para prevenir de ese modo daños innecesarios a otros seres humanos.

Los gobiernos de turno en distintos estados y regiones asumen posturas diferentes y exhiben éticas de conducta correspondientes a sus ideologías particulares, en muchos casos tratando de capitalizar políticamente el fenómeno, pero a poco de intentarlo corrigen sus decisiones frente al clamor avasallador de los pueblos del mundo, constituyentes de esa nueva nación.

Los que privilegian el dinero por encima de la vida, los que anteponen el Estado al ser humano, los oligarcas, especuladores y opresores de toda índole, ahora inermes, tiemblan en la incertidumbre frente a los cambios que se avecinan.

La absoluta mayoría de los seres humanos reflexionamos hoy en cuarentena, en reclusión y vacío de las actividades repetitivas que pueblan cada día de nuestras existencias. Como será lo que viene?

Con el advenimiento del tiempo real, y de las comunicaciones simultaneas en todas las latitudes, realizando que, al detenerse nuestra actividad febril, se paraliza el sistema, se caen las bolsas de valores (centros ficticios de especulación) se detiene la producción y el consumo de bienes y servicios.

Reflexionamos en que todos y cada uno somos los creadores de la riqueza en el mundo y cuando nos detenemos, esta cesa. Somos la energía que da vida al sistema, que sin nosotros muere. Son las enfermeras, médicos paramédicos y personal asistencial quienes desprotegidos y exponiendo sus vidas más allá de todo calculo, luchan hasta el agotamiento por salvar otras vidas humanas.

Ellos son “la gente”, “los pueblos de la tierra”

Comprendemos la inter dependencia como organismo donde un fenómeno que afecta un órgano o un punto del mismo tiene consecuencias inmediatas en todos los otros puntos. Somos una estructura, la vida humana, los pueblos y las naciones particulares. Sentimos del mismo modo, nacemos y morimos del mismo modo. Nuestras aspiraciones son similares, nuestros sueños, angustias y sufrimientos los mismos.

El mundo viejo del que provenimos, experimenta su decrepitud y contradicción. Hemos destruido nuestro medio social, empobreciendo a las grandes mayorías de seres humanos como nosotros mismos. Hemos destruido el medio ambiente que nos nutre cada día. Envenenado la atmosfera que respiramos, destruido los ecosistemas. Provocado la desaparición de miles de especies vivas esenciales para la vida.

Todos estos desequilibrios han mutado a un pequeño virus que sin distinción destruye nuestro sistema respiratorio. Nada anticipa que no podrá seguir mutando, ese mismo u otros, hasta diezmar una especie que ha perdido la dirección y sentido de su existencia.

La vida tiene un plan y una intención, evolutiva, de conciencia, de luz. Aquello que se aparta de esa dirección es malo, se opone al plan de la creación. Todo lo que va en esa dirección es bueno, contribuye a la dirección de la vida y su evolución.

No obstante compartir el sufrimiento que padecemos todos en nuestro plano de existencia, no puedo dejar también de compartir la Ira de los dioses por el daño causado al plan de la vida. Tal vez por eso que cuentan las leyendas de que somos una raza de semi dioses.

Mientras continuamos nuestra reclusión y reflexión, debemos tener en cuenta que:

El sistema financiero mundial y el sistema de distribución de riqueza deben ser cambiados radicalmente. No es viable la apropiación del todo social, del todo económico del todo político por minorías absurdas que niegan de ese modo al resto del cuerpo social produciendo su asfixia y destrucción.

Entonces, hay que cambiarlo.

La protección de nuestro medio ecológico, así como de cada una de las especies vivientes, es vital y urgente si queremos preservarnos como nación humana.

El sistema social debe ser sanado por medio de la cuidadosa aplicación de los derechos humanos universales como ya se definieron hace más de 70 años.

Debemos poner fin a las guerras y los conflictos deben ser resueltos en el ámbito de las Naciones Unidas que a estos efectos debe ser reformada.

Como individuos humanos debemos asumir la responsabilidad de nuestra evolución y desarrollo hacia niveles de conciencia más avanzados. Adoptando como precepto del mas alto valor moral “Trata a los demás como quieres que te traten a ti”

COVID-19: ¿la Ira de los dioses?