Coruña en el recuerdo

Parque de Santa Margarita: recuerdos del monte que fuimos

En A Coruña todavía quedan algunas personas que recuerdan a la perfección cuando a Santa Margarita se le llamaba monte y no parque. Muchos jugaron entre los árboles, las ruinas del molino, la cantera y los camiones.
Parque de Santa Margarita: recuerdos del monte que fuimos
Acceso a Santa Margarida desde a ronda Nelle-min
Acceso a Santa Margarida desde a ronda Nelle-min

Jugaron por entre la misma maleza que recorren hoy algunos pequeños coruñeses, aunque son muchas las cosas que han cambiado.

La historia del parque de Santa Margarita se remonta en el tiempo. Al principio era un monte que delimitaba la ciudad. Había una ermita, la de Santa Margarita, de la que hemos heredado romería.

Os Altos dos Muíños

El gran cambio del monte llegaría de la mano de José Elexalde, famoso constructor gallego, a quien se le tenía como un conflictivo hombre de negocios. Elexalde cedió un terreno en Los Altos de Santa Margarita, cerca de la ermita, a Bruno Quintana y Francisco Zevallos. En 1777 estos dos socios habían construido en el terreno baldío un molino, un almacén para grano y otros edificios. El negocio duraría solo 2 años y en 1779 el maestro de obras recuperaba su terreno con las nuevas construcciones, a cambio de hacerse cargo de la deuda de los empresarios.

La oportunidad la vio clara Genaro Fontenla recién llegado de vuelta a Galicia después de haber hecho fortuna en México. El indiano tenía el ojo puesto en los Correos Marítimos con Latinoamérica, una empresa que estaba siendo clave en la economía coruñesa. Su propuesta era la de ocuparse por entero de las raciones de los tripulantes mediante un gran complejo panificador. 

Si Elexalde tenía el Molino y el espacio y Fontenla el negocio… Todo quedaba dicho. Se estrecharon las manos, se cerraron los tratos y los ranchos para tripulantes comenzaron a salir desde Los Altos en 1783.

Elexalde era famoso por interrumpir con fluctuante conflictividad sus tratos de negocios y Fontenla tampoco debía de ser un hombre de paz cuando el dinero estaba en juego. Así que empezaron los conflictos entre ellos y 3 años después de la apertura, la empresa tocaba a su fin o algo parecido, porque el indiano no pensaba renunciar al mercado que había conseguido.

En 1788 Fontenla abrió las puertas de su propio complejo. Muy cerca del de Elexalde, con su propio molino y almacenes, pronto se hizo famoso en la urbe. El empresario sacaba pecho por su obra, que un año antes había sido discutida en el ayuntamiento por el constructor, y se vanagloriaba de su pan.

La factoría de La Granela sobrevivió hasta 1869 como pudo. En 1802 había sufrido una enorme pérdida con el traslado de los Correos Marítimos a Ferrol y en 1809 el fundador fallecía marcando un declive imparable.

El monte de Santa Margarita, sufrió así un cambio de nombre. Todos comenzaron a llamarlo “Os Altos dos Muíños”. Aunque la urbanización iba poco a poco mermando el espacio de la foresta, el verde seguía reinando en la zona. La cantera de la zona baja de la loma delimitaba el final.

De los alemanes a la ópera

Los “Camiones de los Alemanes”, otro símbolo de los recuerdos del parque, llegaron en 1939. Eran camiones que funcionaban como emisores de radio y que habían dado servicio en la Guerra Civil. Se instalaron allí para retransmitir la señal de Radio Nacional y, dado que la programación era escasa, solían ser utilizados para dar señal a barcos y submarinos alemanes. Los enormes camiones permanecieron allí incluso después de que dejasen de funcionar en 1963.

Los vecinos coruñeses los recuerdan ya viejos. Por aquel entonces las tardes de los pequeños de la zona que subían a Los Altos, estaban teñidas con historias sobre aquellos artefactos, el pasado remoto del molino por cuyas ruinas corrían, las peligrosas escaladas para subir la cantera y los driblajes para esquivar los pulpos puestos a secar.

A partir de 1964 Santa Margarita comienza a percibirse cada vez más como un parque integrado en la ciudad y no como un monte que la delimitaba. Las obras de saneamiento para reconvertirlo se fueron sucediendo a lo largo de los años. Si pegamos un acelerón en el tiempo y nos acercamos hasta 1983 encontraremos el siguiente gran cambio radical: El nacimiento de La Casa de las Ciencias y el planetario.

El museo lo inauguró Juan Carlos I en 1985 y se convirtió en el primer centro interactivo de titularidad pública de España. Humberto Eco lo definió como “el museo más extraordinario del mundo”.

Prohibido no tocar es su lema y es que en este centro la idea es que puedas aprender experimentando, haciendo de la ciencia un acto presente y no solo un estudio abstracto. El péndulo, las exposiciones temporales, el planetario y todos sus rincones son un ejemplo de divulgación al servicio de la ciudadanía.

El edificio, en realidad, comenzó a construirse en 1950. Era un palacete de base octogonal y con un llamativo pórtico de piedra. Alberga 1000 metros cuadrados de espacio para exposiciones divididos en tres plantas y una cúpula semiesférica. 

Un tributo a la ciencia que, por cierto y a modo de anécdota, tiene plantado en su entrada un manzano de la misma especie del que cayó la manzana que inspiró a Newton. De hecho, se trata de un ejemplar clónico del de la casa del afamado físico.

Santa Margarita volvió a vestirse de gala para recibir otra inauguración gloriosa: La del Palacio de la Ópera en 1989. El edificio, que en un primer momento se había construido para servir de palacio de congresos, ocupó el antiguo espacio de la cantera. Todos hemos visto su fachada y nos ha maravillado el contraste de la cascada, frente a sus 32 columnas rematadas con cristal. El palacio es el mayor referente del estilo posmoderno que tiene A Coruña. 

En 1999 fue reformado para poder albergar en su interior conciertos sinfónicos y espectáculos operísticos. Una cualidad nada desdeñable. Se trata de uno de los pocos espacios europeos que pueden hacer gala de ello.

A Santa Margarita se le añadieron muchas cosas más: Parque para niños, merenderos, estanques… Todo lo necesario para convertir a un natural pulmón verde de la urbe, en un lugar de encuentro vecinal. Esta clase de espacios públicos, donde las personas comparten historias y recuerdos al aire libre configuran uno de los lados más humanos de las metrópolis. Hoy, cuando parece que el abandono y la falta de cuidado pueden deslucir la imagen del que fue durante años el parque más grande de la ciudad, es un gran momento para recordar su historia y reivindicar su importancia.

Parque de Santa Margarita: recuerdos del monte que fuimos