Teatro

No hemos muerto para ser realistas: el legado de Atocha

Este fin de semana el teatro Rosalía de A Coruña tuvo la inmensa fortuna de acoger sobre sus tablas la obra de Javier Durán: “Atocha, el revés de la luz”.

No hemos muerto para ser realistas: el legado de Atocha
Atocha
Atocha

Hace 45 años, el 24 de Enero de 1977, se perpetró un trágico atentado en el despacho de abogados laboralistas sito en Atocha 55. Los últimos estertores de un régimen moribundo se llevaron por delante la vida de 5 hombres, poniendo en jaque la Transición y conmoviendo la conciencia de una ciudadanía harta de la barbarie. Los tres pistoleros fueron condenados, no sin mucho esfuerzo, después de 3 años de proceso, a 193 años de cárcel. Uno de ellos salió en libertad el 19 de noviembre del 2020

Atocha sube al escenario esta catástrofe, pero también sus antecedentes y sus consecuencias. Lo hace mediante el talento de sus actores: Nacho Laseca, Fátima Baeza, Alfredo Noval, Frantxa Arraiza y Luis Heras que nos hacen avanzar y retroceder en el tiempo hasta recomponer un puzzle lleno de recuerdos de otra España.

Aquella España era una que se debatía entre las ansias de libertad, el miedo y la dominación opresiva. Desde los campus universitarios, hasta las manifestaciones que terminan en el calabozo o los pasillos de los juzgados donde jóvenes abogados utilizaban las rendijas de la legislación para devolver los derechos a los obreros; la representación está atravesada por una pulsión rebelde y esperanzadora que nos recuerda un tiempo en el que todavía teníamos valor para soñar con un mundo mejor aunque la lucha implicase arriesgar la vida. 

En la obra el protagonista es Alejando Ruíz Huerta, el único superviviente que todavía sigue vivo y ha podido contarle a Javier Durán su experiencia. Son sus recuerdos del pasado y sus traumas del presente los que se intercalan para mostrarnos todo lo que el nombre Atocha significa. Este viaje al pasado no está exento tampoco de una mirada crítica hacia el presente donde la lucha ha terminado y, disuelta en la comodidad de las poltronas institucionales, se ha convertido en un fósil que solo sirve como un polvoriento vestigio de otra época. Hoy reina una pasividad, confundida con realismo pragmático, que se ha dado por vencida en la búsqueda de nuevas posibilidades, de nuevos horizontes como sociedad, de nuevos bastiones de libertad que conquistar. Su texto lo dice así: “Pero hay que joderse porque tenemos que ser realistas… Y yo me pregunto si hemos muerto para ser realistas”.

No hemos muerto para ser realistas: el legado de Atocha