testimonio

De la desesperación al renacimiento, una historia de recuperación del alcoholismo

Tim. Inglés de 62 años.

El alcohol siempre estaba presente en mi infancia. Mi padre bebía bastante, mi madre tomaba alguna copa de cuando en cuando, y la gente bebía en las fiestas y cenas que había en casa. A veces mi padre me daba una copita de sidra y me encantaba el efecto. Me hacía sentir diferente, despreocupado…

 

 

De la desesperación al renacimiento, una historia de recuperación del alcoholismo
Hombre alcohólico
Hombre alcohólico

Mi primera borrachera la tuve a los 13 años cuando compré 4 latas de cerveza, y como buen alcohólico (incluso a esa tierna edad), me las bebí todas. Estuve toda la tarde vomitando, mareado; no vi la gracia en esa bebida que tanto gustaba a mi padre. Pero curiosamente, unos días después, volví a hacer lo mismo. De ahí en adelante empecé a sentir una sensación de poderío con el alcohol: todas mis preocupaciones, mis angustias, mis problemas, desvanecían. Era el rey del mundo. Lo que pasa es que los mismos problemas estaban el día siguiente, con una tremenda resaca. Incluso de joven no controlaba mi forma de beber; entraba la primera copa, y a partir de ahí entraban más. Me decía a mi mismo antes de salir los viernes, “esta vez no vas a tomar más de una, o como mucho dos.” Pero siempre acababa bebiendo más de la cuenta. Empecé a vivir lagunas mentales (cuando no te acuerdas de lo que hiciste en algún momento de la noche anterior). Me asustaban, e intuía que tenía algo que ver con el alcohol, pero no paraba. 

Pasaban los años y paulatinamente mi forma de beber iba cambiando. Bebía más, y con más frecuencia. Nunca me definía como alcohólico, porque un borracho es el tipo que ves tirado en la calle, bebiendo de cartones y vestido de trapos, y eso no era yo. Sin embargo, estaban pasando cosas: perdí mas de un trabajo por no poder levantarme con la resaca que tenía, perdí una pareja que me dijo “eres un encanto de hombre, pero te escondes detrás de un muro de botellas”. Ese comentario me dolió muchísimo, porque era la verdad.

Después de muchos años viviendo de fiesta en fiesta, a los 29 años vine a España, creyendo que aquí iba a empezar de cero, sin problemas, todo nuevo. Al llegar a Barcelona, me emborraché con una botella de ron. Mi alcoholismo fue lo primero que había metido en la maleta. Aún así, la vida mejoró. Encontré un buen trabajo, una novia, todo parecía mejor. Pero ya estaba bebiendo cada vez más, y todos los días. 

Al final todo se derrumbó. Perdí el trabajo, la novia, y lo peor es que perdí la esperanza. Bebía a solas, amargado, a veces llorando, pidiendo a no sé quién que me ayudara. Acabé viviendo en una aldea en Galicia, robando monedas para beber, mintiendo a todo el mundo, deseando morir. Me falta un paso para ser ese borracho bebiendo vino de cartón y vestido de trapos que tanto despreciaba. Estaba totalmente solo. 

Un día, después de una borrachera en la que acabé en manos de la Guardia Civil, alguien me dio un folleto sobre un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos en Ourense. Fui, sin creer que me pudieran ayudar, y por primera vez escuché personas hablar de vidas muy parecidas a la mía. Enfermos alcohólicos, hombres, mujeres, ricos, pobres, españoles, extranjeros. El alcoholismo es una enfermedad que no respeta ni edad, ni sexo, ni clase social ni nacionalidad, y ahí en este grupo empecé a vislumbrar que no era un problema de vergüenza, sino un problema de salud. Decidí quedarme y ver si lo que ofrecían funcionaba.

Y efectivamente funcionó. Desde aquel día no he vuelto a probar ni una gota de alcohol. Mi vida ha dado una vuelta de 180 grados. Tengo trabajo, pareja y, sobre todo, siento mucha esperanza. Ya no me siento solo.

De la desesperación al renacimiento, una historia de recuperación del alcoholismo