A mí me robaron en Los Mallos

Fue el martes 17 de noviembre. Rondaban las 16.30 de la tarde y caminaba hacia el trabajo.

Bajaba La Ronda de Outeiro, más o menos a la altura del número 142. De pronto, un hombre me chocó, golpeando mi hombro con el suyo y empujándome.

 

Al principio no me di cuenta. Pensé, como lo hubieran hecho muchos, que había sido un tropezón no intencionado, un despiste. De esos tenemos decenas al cabo de una semana. Yo, en fin, seguí con mi camino.

 

Llegué a mi trabajo y me dispuse a dedicarle 4 horas más a mi labor. Poco después fue cuando me llegó el primer mensaje que me haría darme cuenta. Mi entidad bancaria me mandó un sms para advertirme de que se había bloqueado una compra y que debía de introducir el pin de la tarjeta. En ese segundo mi cabeza hizo click y unió las piezas.

 

Sé que el robo se produjo en ese choque porque acababa de pasar por el cajero. Entre el cajero y mi puesto de trabajo solo me crucé con una persona: El hombre del tropezón. Un carterista, un especialista en las mañas de vaciarte los bolsillos.

 

Acto seguido tuve que cancelar mis tarjetas, asustada ante la dolorosa realidad de que en menos de una hora habían gastado casi 300 euros. Todavía no sabía si me lo devolverían o no.

 

Por suerte sí, el seguro se hizo cargo y ya he recuperado mi dinero… Pese a todo, hay algo en esta experiencia de lo que me parece importante hablar: La complicidad de ciertos establecimientos en los robos y hurtos.

 

Con una tarjeta, sin conocer el pin, poco se puede hacer. Los bancos han extremado la seguridad para que las compras online tengan que ser confirmadas con tu teléfono móvil o tu banca online. La misma banca online tiene que ser refrescada, volviendo a introducir tus claves cada cierto tiempo. Es decir, no pueden vaciarte la cuenta y no pueden comprar por internet ¿Qué les queda entonces a quienes roban una tarjeta?

 

La respuesta es evidente: Pueden hacer compras que no superen el mínimo en las transacciones contactless. Un sistema que ha demostrado su comodidad para todos los que preferimos efectuar los menos pagos posibles en efectivo.

 

El peligro del sistema, no obstante, queda cada vez más claro. Nadie pide identificación para hacer uso de una tarjeta. Nadie comprueba, tan siquiera, que se corresponde la persona que paga con la propietaria del instrumento. Una cuestión que no seré yo quien critique, pero que está convirtiendo en cómplices más o menos inocentes a los comerciantes o a los dependientes de los establecimientos.

 

Creo que es un momento idóneo para reflexionar acerca de esta responsabilidad que ignoramos. ¿Cuántas veces nos las habrán colado? Cada vez tratamos de agilizar más los procesos en las transacciones económicas y más en la compra-venta de rutina, pero ¿Cuál es el límite? 

 

En mi caso, en el robo que sobre mi persona se realizó, hay un agravante que clama al cielo. La persona que uso indebidamente mi tarjeta realizó 4 pagos en menos de 5 minutos en el mismo establecimiento. Cada uno de ellos con un valor de 50 euros. Dos de ellos con una tarjeta de débito y dos con una de crédito. Esto significa que alternó ambas hasta que se le bloquearon. Esta actividad no pasa desapercibida para alguien que está detrás del mostrador, es imposible. Si te ha pasado reconocerás la situación. Alguien te pide que le pases la tarjeta, parece que duda del nivel de saldo. Cuando falla y el TPV da error, te pide que reduzcas la cantidad. Si en ese caso vuelve a fallar… Decide irse o cambia la tarjeta y vuelve a empezar la estrategia.

 

Eso se nota, simplemente se nota. Fingir que no te das cuenta es una canallada que te coloca como uno de los responsables implicados en el robo. Cuando se trata de una sola transacción es complicado darse cuenta, pero cuando la circunstancia se alarga… Uno sabe lo que está contemplando y cuando calla y prosigue… Esa persona se convierte en una herramienta necesaria en la agresión.

 

Aquellos establecimientos que no solo hacen la vista gorda, sino que sirven como cajeros para personas que están evidentemente robando, son un insulto al comercio y para mí, la peor clase de individuos implicados en estos delitos. 

 

Es hora de plantearse estas cuestiones. Es un buen momento para reflexionar en nuestra seguridad y en cómo hacemos de tripas corazón cuando no es nuestro bolsillo el que sufre el robo. No seamos cómplices de esto, no lo pongamos fácil. Robos habrá hoy, mañana y siempre. En nuestras manos está responsabilizarnos de nuestro efecto en ellos o no.