El trabajo (III)

Mi tercer trabajo fue en una empresa de reparto de publicidad. Fue un amigo quién me comentó la cosa.

Él era cubano, y junto a otro amigo también cubano habían venido a parar aquí de solo dios sabe dónde y solo dios podía saber adónde habían ido a parar después. Me sacaban por lo menos 20 años cada uno cuando yo apenas si tenía 19.

Se pasaban el día bebiendo ron, fumando marihuana y discutiendo el uno con el otro. Uno era blanco, el otro negro. Vivían juntos en el bajo de una casa que alquilaban por plantas en las afueras. Un día me dijeron que necesitaban gente en su trabajo así que me decidí a probar.

Un día llamé, al otro firmé un contrato y al siguiente ya estaba trabajando. Nos llevaban en furgoneta a diferentes barrios de Coruña, Ferrol, Vigo y otras ciudades de Galicia; nos soltaban donde fuera y cuando terminábamos el material nos volvían a recoger para llevarnos a otro sitio y continuar. Salía de mi casa a las 8 de la mañana y volvía a entrar en ella a las 23 de la noche, con una hora para comer de bocadillo en donde nos coincidiera.

La plantilla eran los dos cubanos, un venezolano, un brasileño, un español y yo mismo, que muy a mi pesar, también era español. El otro español era el conductor. Al jefe solo lo vi dos o tres veces. Se veía de lejos que aquel pobre hombre era alcohólico y estúpido, su negocio se iba a la mierda y él desde luego, poco podía hacer. Menos los dos españoles y el propio jefe, también español, los otros cuatro tenían estudios: médico de urgencias, profesor de primaria, técnico industrial y músico de conservatorio. Lo que no tenían era papeles y por su puesto tampoco contrato.

Un día al ir a empezar el reparto en la furgoneta el jefe hizo bajar a los cuatro no españoles para ayudar a un amigo en una obra. Así de simple, te levantas un día para ir a tu trabajo repartiendo publicidad por los buzones y terminas cargando sacos de escombro en una obra. El conductor, el jefe y yo fuimos a tomar café a un bar cerca y luego nos marchamos a nuestras casas. Nadie dijo ni hizo nada al respecto.

Cuando pasó un mes de aquello ya había perdido toda la gracia y no me apetecía volver. Recibí un pagaré y me fui al banco más cercano a cobrarlo. Resultó que no tenía fondos. Dije que no me iba a ir de allí sin cobrar, y después de unas llamadas cobré 400 míseros y cochinos euros. Por supuesto me lo volví a gastar todo en alcohol, tabaco, droga y cosas innecesarias.

Mis amigos cubanos no tardaron en dejar aquel trabajo, creo que tuvieron algunas diferencias con el jefe y llegaron a las manos. Un día también dejaron la casa y allí terminó aquella historia. No volví a ver a ninguna de aquellas personas y yo seguí como siempre, perdido y sin rumbo.