El trabajo (VIII)

Mi siguiente trabajo llegó de nuevo a través de un colega. Una noche de verano en la que coincidí con él en el bar donde paramos habitualmente mencionó que quizá había un sitio para ir a la vendimia en Septiembre.

Le dije que yo estaba interesado y me dijo que contaba conmigo. Pasaron las semanas y no tuve noticias nuevas. Cuando pensaba que ya no iba a ocurrir, que habrían contado con otro o que simplemente ya no había sitio para mí, mi colega me llamo por teléfono. Salíamos para la semana siguiente y había un sitio más. Le mencioné a un amigo mío de toda la vida y estuvo de acuerdo en que viniera con nosotros.

Así fue como los tres juntos nos embarcamos en esa nueva aventura. Teníamos que ir hasta Aranda de Duero, en la provincia de Burgos. Era la primera vez en mi vida que salía de mi comunidad por trabajo y también la primera vez en mi vida que iba a trabajar en la vendimia, pero eso no parecía suponer ningún problema.

Al final lo único que querían era gente dispuesta a trabajar. Las condiciones no estaban nada mal, a 7 euros la hora, 8 horas al día, tantos días como trabajo hubiese. Nos daban alojamiento y nos pagaban en metálico al finalizar el trabajo. Con contrato y asegurados. Un auténtico lujo si tenía en cuenta todas las historias que había escuchado hasta el momento sobre la vendimia, que básicamente eran cosas como cobrar a 5 euros la hora, trabajar 12 horas al día, dormir en tiendas de campaña o furgonetas, sin contrato ni seguro y cobrar un mes o dos más tarde. Eran pocos los casos donde las experiencias eran del todo positivas.

También es cierto que cuando todo pinta bien, seguramente algo acabará saliendo mal. Así que llegó el día y nos pusimos en marcha. Como equipaje unas mantas, algo de ropa, unas botas, guantes de trabajo y tijeras de poda. Algo de dinero, algo de fumar y muchas ganas. Además yo en ese momento estaba bastante harto de ver y de hacer exactamente lo mismo día tras día en Coruña y aquello era la excusa perfecta para huir, aunque no fuera del todo. Necesitaba un respiro y esa era mi oportunidad. Otra gente, otro sitio, otra cosa que hacer. Más que nada fui por ese motivo y no tanto por el trabajo, también para después poder escribir sobre ello.

Mas que un trabajador del campo me consideraba un escritor en pleno proceso de investigación. La imaginación es maravillosa cuando de trata de retorcer la realidad. Tenía algunas deudas derivadas de mi limitada habilidad para el menudeo, que a su vez tenía que ver principalmente con que yo era drogadicto y nunca conseguía encontrar un equilibrio entre el dinero que ganaba y la droga que consumía y esa espiral me llevaba por el sumidero. No había conocido otra cosa en los últimos 22 años. Desde que fumé mi primer porro hasta hoy, la historia siempre había sido la misma. Inicié a todos mis amigos en el hachís para poder costear mi propio consumo y después continué ampliando el círculo y las sustancias todo lo que pude. Mis amigos no tardaron en hacer lo mismo y pronto todos nos convertimos en consumidores desalmados unidos por un único fin, conseguir más droga y más dinero para conseguir más droga todavía. A algunos les fue bien, a otros no tanto. Deudas, multas, acoso policial y judicial, euforia, miedo, paranoia, situación de calle, ingresos en el psiquiátrico, cárcel, suicidio, muerte.

A veces lo pienso y me parece increíble que todavía siga aquí, también es cierto que el precio que he pagado es muy alto. En fin, dejamos atrás el verde de Galicia y después de hacer un par de paradas en el camino y unas 6 horas en total llegamos a nuestro destino. Una nave en las afueras de la ciudad, después de un tramo de carretera mal asfaltado y de un camino de tierra llegamos. El sitio en cuestión era un parcela con un muro de hormigón de unos 3 metros de alto y de unos 20x20 metros de ancho. Dentro estaba divida en tres espacios, dos barracones para dormir y otro algo mejor acondicionado que era a la vez salón, cocina y baño. Todo en bastantes buenas condiciones. Los barracones eran espacios diáfanos con algunas camas y colchones puestos de la mejor manera para hacer de aquello un dormitorio relativamente digno. Era mejor que dormir en un calabozo pero peor que dormir en el sofá de la casa de un amigo. Caímos donde pudimos y con bastante suerte, ya que el otro espacio habilitado para dormir lo estaba también como garaje y centro de mando, con lo cual allí iba a ser bastante complicado ya no dormir, sino descansar lo necesario, aunque no tardé ni cinco minutos desde que llegamos en darme cuenta de que allí lo de descansar no era precisamente la costumbre.

Nada más llegar y hasta que nos fuimos, el trasiego de gente fue ininterrumpido, unas 20 o 30 personas, de las que la mitad eran los habituales, no paraban de entrar, salir, hacer de comer, ducharse y volverse locos en lo que desde ese momento y en adelante sería nuestra casa. Música a todo volumen, principalmente punk y tekno, gente pasada de vueltas y una actividad frenética era lo que había. Así podías ver lo mismo a una gente tomándose un colacao y otra preparando una lavadora, que a otra gente poniendo bandejas de speed y cerveza en modo barra libre para cualquiera que pasara por allí, entremezclado con la gente que llegaba de o se iba a trabajar en aquel momento.

También había unos cuantos perros sueltos y otros cuantos encerrados en una perrera que había allí también, que no dejaban de ladrar a lo largo de las 24 horas del día y volvían el ambiente todavía mas apacible si cabe, furgonetas aparcadas de la mejor manera posible y alguna tienda de campaña entre medias. Aquello era básicamente como un festival pero sin la música en directo, esta había sido sustituida por el trabajo, y estaba claro que allí estábamos todos a lo mismo. Pagar deudas y huir.

Gente que iba desde los 18 a los 60, donde además los bichos raros éramos nosotros tres, cuando en cualquier oro sitio y situación la cosa sería al revés. Con los días aquella impresión fue cambiando y poco a poco fuimos siendo aceptados e integrados en aquella masa más o menos uniforme. Algo curioso teniendo en cuenta que apenas unos años atrás, al menos yo, pasaría completamente desapercibido entre aquella gente. Basta que te cortes el pelo de una forma u otra, te pongas esta ropa o aquella, y la percepción que se pueden hacer de uno cambia de forma radical.

En otro momento de mi vida aquello me debía de haber parecido genial, pero en el momento en el que me encontraba sentía más rechazo que otra cosa. El trabajo en si no era nada del otro mundo y el horario era bastante bueno. Nos despertábamos, si es que no lo estábamos ya, a las 7:30h de la mañana, desayunábamos y nos preparábamos para salir durante la hora siguiente y a las 9h estábamos subidos en los coches. La gasolina corría por nuestra cuenta, hacíamos equipos de 4, 5, 6 o 7 personas que variaban cada día en función de las necesidades de los patrones y emprendíamos el viaje. Era un poco como la ruleta de la suerte, pero con personas y lugares. Parábamos a las 11:30h unos 15 minutos y luego a las 14h o a las 15h unas dos horas para comer. Si el patrón era buena gente y el trabajo iba a buen ritmo este tiempo se podía ampliar y hasta nos daban algo de dinero para comer. Si no, todo corría de nuestra cuenta y el tiempo que había era el que era.

Pocas veces coincidíamos en el mismo campo con otras cuadrillas que no fuesen de nuestra gente, aunque a veces ocurría, y entonces veías la diferencias. Entre nosotros aún salvando las distancias había por lo general un buen ambiente y cierto compañerismo. Quizás algún afán por destacar o cierto aire de competitividad, pero nada realmente importante. Íbamos a buen ritmo, había respeto mutuo y estábamos todos a una, aunque esta impresión podía variar según la perspectiva del que lo contase.

Luego veías a otra gente y por lo general las cuadrillas se dividían por procedencia, rara era la vez que había gente mezclada. Así podías ver a los búlgaros, los rumanos, los gitanos, los negros, los españoles y a la gente del lugar, claramente dividida y hasta cierto punto enfrentada. Pocas veces veías a los dueños de los campos y a sus familias trabajando allí, pero a veces también ocurría y eso te hacía ver que sin duda las viejas tradiciones se estaban perdiendo y que todo el futuro estaba quedando en las manos de unos pocos niños bien que no tenían mucha idea del negocio y estaban centrados exclusivamente en el dinero.

A veces me imaginaba la cara que pondrían algunas personas si supieran quiénes y en qué condiciones producían los vinos que se compraban por decenas o centenares de euros como si se tratase de algo verdaderamente exclusivo. El problema era que no se trataba sólo del vino, sino de absolutamente todo en el mundo. Todo era una gran pantomima y más pronto que tarde aquello tendría que explotar.

En el campo había gente trabajando codo con codo a nuestro lado que estaba cobrando la mitad, y que obviamente, trabajaba la mitad de rápido, la mitad de bien y con la mitad de ganas. Era comprensible. No le puedes pagar a alguien 4 euros la hora, sin contrato, sin seguro, sin darle alojamiento ni comida ni nada a lo que agarrarse, y además tratándole como escoria y esperar que las cosas salgan bien. En algún momento la gente se harta y bien se larga sin dar explicaciones o bien la toma contigo. Y en ese caso ya puedes estar bien preparado, por que si no estás jodido.

Pasé unos cuantos buenos ratos, conocí a alguna gente interesante con la que llegué a conectar de verdad, tuve algún problema de entendimiento con mi amigo de toda la vida y también con mi colega, lo resolvimos o no, pero seguimos adelante, también tuve algunos malos días y algunas malas noches, en cierto momento estuve a punto de abandonar, me sentí solo, triste y apartado, eché de menos la rutina que odiaba y a la gente que no me caía bien, eché de menos a mi madre, a mi hermana y a mi novia, con la que hablaba todos los días por teléfono, pero aquellas conversaciones apenas conseguían mitigar la sensación de estar perdido en medio de la nada y también de mí mismo, aunque esa sensación siempre había estado ahí y nada ni nadie podía hacer que desapareciera del todo, entonces pensaba en huir, en terminar aquel trabajo, coger la pasta y desaparecer, empezar de nuevo en cualquier sitio, lo cual era una auténtica estupidez, pero al mismo tiempo, un anhelo que me perseguía y que yo perseguía desde siempre. Después volvía en mi y actuaba como se suponía que debía de actuar, según el guión no escrito de mi vida. También sentí cierta conexión con la tierra y lo que proviene de ella. De algún modo se puede decir que volví a ser.

17 días después llegó el día en que se terminó el trabajo, agarramos la pasta y nos largamos de allí sin siquiera despedirnos ni mirar atrás. Agradecidos por todo pero locos por volver de nuevo en casa.