Las dimensiones del infierno 17 años después
A inicios del año 1600, una de las mayores preocupaciones de la iglesia se transformó en la discusión de mayor entusiasmo de la época: calcular las dimensiones del infierno. Para desentrañar semejante interrogante, el presidente de la Academia de Florencia propuso el nombre de quien consideraba era uno de los mejores disertadores de su tiempo: Galileo Galilei.
Si bien los resultados del trabajo no revisten mayor importancia, algunos condimentos de la discusión bien podrían servirnos de soporte para este escrito. Resulta significativo destacar que el misterio fue planteado por la iglesia en torno a las medidas del infierno, por lo que sus potenciales huéspedes podría resultar una alternativa válida para arribar a su tamaño. Es decir, algo así como la incógnita que determine el perímetro para albergarlos, aunque se encuentren amontonados si se careciera de espacio.
Tanto potenciales huéspedes como la superficie que ocuparían bien podrían formularse como un problema contemporáneo. No obstante, tendríamos que realizar algunas modificaciones. Ninguna de las personas que obtendría una membresía directa al infierno debería ser catalogado como anodino en el mundo actual, más bien debería ser clasificado como un hombre emprendedor, mega millonario, posmoderno, simpático, light, liberal, poderoso, perverso e infinitamente hipócrita.
La paradoja reside en que quienes se encuentran ocupando actualmente un lugar en el infierno no comprenden ninguna de las cualidades antes descriptas: nuestros moradores serían algo así como los desheredados de la globalización, los pobres, los marginales, los olvidados, etc. Es probable entonces que, si podemos justificar que la vida en la Tierra puede ser menos placentera que en el mismísimo averno, es decir, quienes hoy viven en el noveno círculo del infierno terrenal alcancen el cielo, y quienes disfrutan del paraíso terminen en la oscuridad del averno. En cuanto a las magnitudes, como veremos, la historia será otra.
Los que ingresan al infierno sin permiso
Cuando la pandemia de COVID-19 entra en su tercer año, las perspectivas sociales y del empleo a escala mundial siguen apuntando a la incertidumbre y la precariedad. A lo largo de 2021, la pandemia debilitó el tejido económico, financiero y social de casi todos los países, independientemente de su nivel de desarrollo. Al mismo tiempo, afloraron diferencias significativas, derivadas en gran medida de las disparidades en cuanto a la cobertura de la vacunación, las políticas de recuperación económica y la diferente capacidad financiera entre países pobres y ricos. Esto hizo que las economías desarrolladas recuperaran buena parte del empleo y los ingresos que habían perdido, mientras que los emergentes y en desarrollo siguieron luchando contra las consecuencias del cierre de centros de trabajo y la débil actividad económica.
Es probable que en los próximos años siga siendo difícil para gran parte del mundo volver al rendimiento previo a la pandemia. Sobre la base de las últimas previsiones de crecimiento económico, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que el total de horas trabajadas a escala mundial en 2022 se mantendrá casi un 2% por debajo de su nivel prepandémico, lo que corresponde a un déficit equivalente a 52 millones de puestos de trabajo a tiempo completo (tomando como referencia una semana laboral de 48 horas)
En general, los indicadores clave del mercado de trabajo aún no han vuelto a los niveles anteriores a la pandemia en ninguna de las regiones: África, las Américas, los Estados Árabes, Asia y el Pacífico, así como Europa y Asia Central. Para todas las regiones, las proyecciones hasta 2023 sugieren que seguirá siendo difícil conseguir la recuperación total.
Las pérdidas de empleo y la reducción de las horas de trabajo han provocado una disminución de los ingresos. En los países en desarrollo, la falta de sistemas de protección social integrales, que puedan proporcionar prestaciones adecuadas para estabilizar los ingresos, ha agravado las dificultades financieras de los hogares que ya eran vulnerables desde el punto de vista económico, con efecto cascada sobre la salud y la nutrición.
La pandemia ha llevado a millones de niños a la pobreza, y las recientes estimaciones sugieren que, en 2020, 70 millones de adultos más cayeron en la pobreza extrema (es decir, vivieron con menos de 1,90 dólares estadounidenses al día en términos de paridad de poder adquisitivo) y en el 2022 se le agregarán unos 260 millones. Además, el número de trabajadores en situación de pobreza extrema —trabajadores que no ganan lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias por encima del umbral de pobreza— aumentó en 8 millones.
Expuesto en este cuadro parecería que los habitantes del infierno tienen un poder de reproducción realmente asombroso, aunque a primera vista no parezcan estremecedores los indicadores expuestos en el agregado, por lo que se merecen una breve explicación. Se estima que actualmente hay al menos unos 206 millones de personas desempleadas en el mundo y otra gran proporción que trabajan de manera informal.
De acuerdo al Banco Mundial, se necesitan crear unos 600 millones de puestos de trabajo para el año 2030 solo para sostener el vertiginoso ritmo de crecimiento poblacional y evitar que millones de personas caigan en la pobreza. Esta estimación era anterior a la pandemia, pero aun así supongamos que el mundo tiene que crear unos 150 millones de puestos de trabajo al año para promover el crecimiento económico sostenido, emparejar las perdidas ocurridas de manera que el crecimiento sea sostenible, el empleo productivo y se logre un trabajo decente para todos. Pero como se verá, no todas las regiones de nuestro infierno tienen las mismas probabilidades.
Según la ONU, se debe elevar el crecimiento del producto interno bruto en al menos un 7% anual en los países menos avanzados. Es obvio que esto no sucede, los niveles de PBI anteriores al 2008 no han vuelto y nunca fueron del 7% y los actuales a nivel mundial, según muestra el cuadro de indicadores agregados globales, con suerte exceden al 3%. El desempleo, por su parte, desde el año 2.000 se ha mantenido entre el 5.9% y 6.2%.
Por qué decimos que la media de la sumatoria mundial daría la sensación que la fábrica de pobres que vive en el infierno terrenal se ve atenuada en el agregado. Porque si se divide el averno por sus partes, podríamos hablar de los círculos de Dante, cada uno más estrecho y peor que el anterior. No es lo mismo Dinamarca que Bangladesh. Dependiendo del lugar geográfico, el sexo, el color de piel y la edad, las membresías al infierno podrían mostrar serios problemas de aglomeración.
Como muestran los indicadores, en principio el mundo no puede ni siquiera garantizar los puestos de trabajo necesarios para mantener la tasa de un crecimiento bajo. Tampoco puede garantizar salarios normales para los 3.500 millones de empleos; si todos estuvieran en blanco, hay al menos 1.075 millones, casi el 30%, que se encuentran en la extrema pobreza porque viven con menos de 1.90 U$S por día. Si este no fuera el caso, significaría que de los 2.000 millones de personas que trabajan de manera informal a nivel mundial, un 50% estaría en el noveno círculo del infierno o la extrema pobreza. En el primer mundo el 17% del empleo total es informal, según el informe Mujeres y hombres en la economía informal: Un panorama estadístico OIT, pero para países emergentes y en desarrollo la cifra llega al 60%, lo que hace que la estadística mundial de trabajo arribe al 50%.
Como si la situación geográfica fuera poco, el informe de Oxfam destaca que numerosos gobiernos pobres están en riesgo de impago de la deuda, lo que los obliga a reducir de forma drástica las inversiones públicas para poder abonar a los acreedores e importar alimentos y combustibles. En 2022, los países más pobres del mundo deberán reembolsar 43.000 millones de dólares de intereses de deuda, cantidad que podría sufragar el coste de todas sus importaciones de alimentos. En el mes de febrero, los precios de los alimentos a nivel global marcaron un nuevo récord, superando el alcanzado en la crisis de 2011. Mientras, los gigantes del petróleo y el gas están registrando beneficios récord, algo que se prevé que también suceda en el sector de los alimentos y las bebidas, con las penurias para los pobres.
Las personas en situación de pobreza son las más perjudicadas por estas crisis. El incremento del precio de los alimentos supone el 17% del gasto de los consumidores en países ricos, pero este alcanza el 40% en el África subsahariana. Incluso en las economías ricas, la inflación está exacerbando las desigualdades: en los Estados Unidos, el 20% más pobre de las familias destina el 27% de sus ingresos a adquirir alimentos, mientras que el 20% más rico, tan solo el 7%. Como corresponde, el noveno círculo, es para los más pobres.
Además de las 970.000 personas en riesgo de padecer hambruna en Afganistán, Etiopía, Somalia, Sudán del Sur y Yemen, el número de personas aquejadas de hambre en todo el mundo va en aumento hasta 828 millones en 2021, según el último informe de la FAO. El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, y 3.100 millones de personas no pueden permitirse aún una dieta saludable.
Las distinciones de los círculos quedan determinadas por las regiones. El informe Panorama Social de América Latina y el Caribe 2022 de la CEPAL proyecta que 201 millones de personas (32,1% de la población total de la región) viven en situación de pobreza, con 82 millones (13,1%) de ellas en pobreza extrema. Los niveles de pobreza extrema proyectados para 2022 representan un retroceso de 25 años para la región. En 2021, la desigualdad de ingresos (medida por el índice de Gini) alcanzando 0,458, nivel similar al año 2017. Mientras el desempleo proyectado para 2022 representa un retroceso de 22 años, que afecta particularmente a las mujeres, cuyo desempleo se prevé que pase del 9,5% en 2019 al 11,6% en 2022.
Debe quedar claro con los datos que no fue la pandemia solamente la culpable del aumento de la pobreza; los gobiernos de derecha colaboraron tanto o igual que el COVID -19. En 2014, en América Latina y el Caribe la pobreza estaba en 27% y la pobreza extrema en 7.8%, en el 2019 alcanzaba el 31% y 11.5%, respectivamente. Las primeras aproximaciones a los moradores empiezan a quedar más claras.
La estructura del infierno
Como decíamos, el conjunto del infierno no es igual que cada uno de sus círculos, La tasa de desigualdad existente en el ingreso per cápita de los 20 países más ricos con relación a las 20 naciones más pobres presenta una desigualdad creciente en el tiempo, así como un constante aumento de la brecha de ingresos entre ambos tipos de países. Los 20 países más ricos han aumentado su ingreso per cápita desde los ochenta en una media de 283%, mientras que los 20 más pobres lo hicieron en un 25%. Los ingresos per cápita entre Luxemburgo y Zimbabue en los ochenta eran de 88 veces de diferencia, en 2010 pasó a 116 y en el 2021 a 126 veces.
Si la disparidad entre países y regiones, como se ve, resulta llamativa, también lo es hacia el interior de los países, como lo muestra cuadro sobre millonarios y países. No solo hay naciones que están en el cielo, los que están en el infierno tienen grandes disparidades en cuanto a los ingresos de sus habitantes, la distribución de los excedentes. Es decir, que podríamos dividir el infierno en desigualdades de ingresos y riqueza.
Según el INFORME SOBRE LA DESIGUALDAD GLOBAL 2022, una persona adulta promedio gana 23.380 dólares por año en 2021. Estos promedios ocultan amplias disparidades tanto entre países como dentro de ellos. El 10% más rico de la población mundial recibe actualmente el 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre de la población gana el 8,5%. En promedio, una persona del 10% superior de la distribución mundial del ingreso gana 122.100 dólares por año, mientras que una persona de la mitad más pobre de la distribución mundial del ingreso gana 3.920 dólares, es decir, casi 32 veces menos.
Las desigualdades mundiales de riqueza son incluso más pronunciadas que las desigualdades de ingresos. La mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico del globo posee el 76% de toda la riqueza. En promedio, la mitad más pobre de la población cuenta con un patrimonio de U$S 4.100 y el 10% superior tiene un patrimonio de 771.300 dólares, en promedio, unas 188 veces más.
La muestra en cuanto a la riqueza de la que gozan estos diez billonarios es realmente admirable. Cuando escribí por primera vez el artículo en 2006, los 10 billonarios tenían el PBI de 43 países, hoy casi se multiplicó por dos la cantidad de países para igualar su riqueza, 83. Es decir, mucho antes de la pandemia y crisis económica del 2008 la desigualdad ya era una opción que comenzaba a marcar rasgos determinados. Los países de los que estamos hablando acumulan más del 11% de la población mundial, y no pueden obtener un PBI de la magnitud de la fortuna de los 10 hombres más ricos del planeta.
¿Alcanza con «combatir» a los súper ricos? se pregunta Mariana Heredia en Nueva Sociedad. En el siglo XXI, el 1% se transformó en un símbolo. Con toda la fuerza de la autoridad científica, el 1% se afirmó como equivalente de las minorías más ricas, como foco del deslumbramiento y el encono que despiertan las elites. Lo cual es un dato estadísticamente ambivalente. En la Argentina, por caso, el universo de los ricos podría estar compuesto por los 120.000 contribuyentes, ubicados en el 1% más alto de la distribución del ingreso, por los 10.000 alcanzados en 2020 por el impuesto a las grandes fortunas, o incluso por los 50 más prósperos o los nueve súper ricos rankeados por Forbes. El 1% es una falsedad, no hay 99% del otro lado, no todos están alejados de la mano de dios, al menos un 20% está más cerca del 1%.
Al parecer, los resultados del indicador postulan que el rendimiento del capital tiende a aumentar más que el crecimiento del ingreso y la producción. Según Piketty, en la medida en que la riqueza acumulada recibe mayores recompensas que lo que crece la economía, “los patrimonios heredados predominan sobre los patrimonios constituidos a lo largo de una vida de trabajo”, o sea, harán más dinero.
Al parecer, en el infierno se trabaja y en el cielo se consume, gracias a la productividad del averno. Trabajar en una fábrica en Bangkok para hacer ropa de exportación para los estadounidenses por un salario U$S 2, a cambio de 9 horas diarias, 6 días a la semana, es un buen futuro, al menos está por arriba de 1.95 diario de la extrema pobreza. Siendo sinceros, y sin más preámbulos para las cuentas, al parecer casi la mitad de la población mundial forma parte del infierno, en cuanto a las magnitudes, la superficie del infierno seria aproximadamente de 510.1 millones km², el tamaño de la Tierra. Supongo que habría que restarle unos 17 territorios que se encuentran en la lista negra original de los mal llamados paraísos fiscales, aunque en este caso son realmente el cielo. En febrero de 2020 han quedado oficialmente 10 nubes en paraísos fiscales para estos 10 ricos.