Neocolonialismo anarcocapitalista

Hace dos años, el multimillonario Richard Branson logró una “victoria” trivial sobre el multimillonario Jeff Bezos en la carrera por llegar al límite de sus respectivos egos. 

El tábano economista

Su carrera espacial fue positiva en cuanto a la cobertura mediática, pero había y hay poco en juego además del derecho a presumir. Nadie colonizará Marte en el corto plazo. La realidad es que, mientras los playboys superricos juegan a ser astronautas con recursos tomados de las arcas públicas, una carrera espacial más preocupante se está desarrollando aquí, en nuestro modesto planeta. Inspiradas en las ficciones de Ayn Rand y el festival anual Burning Man, los tecno-libertarios románticos de Silicon Valley buscan “escapar” de los Estados nación existentes. Insatisfechos con los paraísos fiscales, las comunidades cerradas y su desmesurada influencia política, desean ahora “excluirse” del Estado nación como tal y construir sus propios Estados privados modelados como corporaciones. El Estado nación soberano, con sus ciudadanos y elecciones, sería reemplazado por un Estado privado proveedor de servicios en el que los consumidores invierten y compran solo los servicios que desean tener.

Es preocupante, también, que los estrategas contemporáneos de este “escape” están interesados no solo en la forma de fugarse. Prevén, incluso, el surgimiento de una serie de micro países que producirán su propio sistema legal y político y que competirán por ciudadanos, así como las compañías compiten por consumidores, al reducir los “costos de transacción” eligiendo no participar en un sistema estatal y optar por otro. Uno podría pensar estos como, literalmente, “lugares de mercado”. Este proyecto político aplica el lenguaje de la elección en el contexto del mercado y la premisa sobre la competencia como forma natural de las relaciones sociales, como forma de gobierno para sí, todo ello enmascarado bajo la antipolítica y la liberación personal. “No discutas. Construye”, aconseja el sitio web de la Startup Societies Foundation. ¿Y el lugar donde se está abriendo camino? Honduras.

¿Por qué Honduras? En un planeta en el que la mayor parte de la tierra y el agua están bajo alguna forma de control soberano estatal, los escapistas se enfrentaron a un dilema: dónde construir sus nuevos países. Tradicionalmente han seguido una de estas dos opciones: alta mar o países en los que parecen tener asegurada una generosa acogida. Los esfuerzos por colonizar alta mar han sido liderados recientemente por el Seasteading Institute, financiado inicialmente por el iconoclasta de Silicon Valley Peter Thiel y dirigido por Patri Friedman, nieto del fundamentalista del libre mercado Milton Friedman. Los problemas ingenieriles y legales han limitado las visiones optimistas de seasteads privados balanceándose en el océano, por lo que recientemente las miradas se dirigieron a la Polinesia francesa con la esperanza de crear una “zona marítima” –una especie de zona económica especial oceánica– en una laguna tahitiana. La oposición de los isleños a la colonización por parte de bro tech puso fin abruptamente al proyecto en 2018, pero los seasteaders son, a falta de una palabra mejor, resilientes y continúan buscando sitios que colonizar.

Algunos seasteaders desembarcaron en estas tierras con la esperanza de aprovechar las oportunidades que surgían en Honduras. Allí, después del golpe de Estado militar en 2009, las posibilidades de ciudades privadas y autónomas parecían prometedoras. El nuevo régimen vio con buenos ojos tales proyectos y apremió cambios en la constitución para permitir la creación de tales ciudades en territorio hondureño. Promovidas como “zonas económicas especiales”, estas ciudades disfrutarían de una autonomía cuasi soberana en tierras cedidas por el Estado a inversionistas internacionales. Una gran cantidad de capitalistas aventureros (una mezcla de conservadores estadounidenses y, en su mayoría, hombres blancos, libertarios y tecnólogos a la moda) pronto descendieron, compitiendo por establecer el primer mojón. A pesar de su clamor bienpensante por la “libertad”, ninguno de estos inversionistas se resistió a hacer negocios con el régimen corrupto e ilegal del entonces presidente Juan Orlando Hernández. Todo lo contrario. En 2015, The Seasteading Institute invitó a Hernández a un evento en San Francisco titulado “Disrupting Democracy” (“Perturbar la democracia”). No se trataba solo de un caso de falta de entendimiento. Los libertarios alardean sobre la libertad, pero tienen una larga historia de negocios con regímenes autoritarios. El propio Milton Friedman fue asesor y defensor del dictador chileno Augusto Pinochet. Peter Thiel, uno de los primeros patrocinadores financieros del seasteading, declaró que “la democracia y la libertad” no eran compatibles, una máxima que ahora ha sido retomada con creciente entusiasmo por varios partidarios de Donald Trump y las legislaturas en los Estados Unidos que intentan anular los derechos básicos de voto. Los libertarios que profesan este escapismo pueden hacerse pasar por amantes de la libertad con la intención de experimentar otras formas de gobierno y encontrar una manera más agradable de estar en el mundo, pero a juzgar por las personas con quien eligen hacer negocios, todo parece un tanto superficial. De todos modos, en Honduras varios de estos planes iban y venían con poco éxito. El ejemplo más claro en el que los libertarios estuvieron próximos a construir su ciudad privada libre sujeta a pocos o ningún artículo de la constitución hondureña fue en la isla de Roatán. El proyecto, Roatán Próspera (RP), está respaldado por un grupo heterogéneo de conservadores, tecnólogos libertarios, partidarios del Brexit y capitalistas de riesgo, en su mayoría hombres blancos. Su futuro parecía prometedor en 2020, pero con la victoria electoral de Xiomara Castro en noviembre de 2021, la tendencia cambió en contra de los escapistas y el futuro del proyecto RP es incierto. Eso no ha impedido que los constructores de RP y sus filiales presenten una demanda contra el gobierno de Honduras ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI). Piden hasta 10. 775 millones de dólares en posibles indemnizaciones

La oposición de Castro a estos proyectos es compartida por muchos de sus compatriotas. Es fácil entender por qué. A pesar del entusiasmo con el que estos proyectos se venden como garantes de la libertad, el desarrollo y la descentralización, llenos de promesas sobre mayor seguridad y bienestar, tales experimentos tienen poco que ofrecer a la mayoría de los hondureños, razón por la cual no votaron por ellos. Una vez instaladas, las ciudades privadas libres serían inmunes a la voluntad popular, convirtiéndolas en espacios permanentes y extraterritoriales en tierras hondureñas. Mientras tanto, los hondureños seguían huyendo de la violencia, que no hizo más que empeorar tras el golpe de Estado de 2009. Como transposición sombríamente irónica, los migrantes terminan como “extraterritoriales” en otros lugares, en espacios donde no se les proporciona un estatus legal, mientras que en su país de origen, del que se vieron obligados a huir, un grupo de inversores y colonos extranjeros crean un espacio extraterritorial que les otorga un amplio estatus legal autónomo.

Vale la pena señalar que no es solo Honduras el país que tiene que sufrir estos experimentos libertarios. Están en todas partes. En 2012, un grupo de libertarios estadounidenses y un aliado chileno formaron Galt’s Gulch Chile (GCC). El nombre proviene de un refugio capitalista (Galt’s Gulch) mencionado en el libro Atlas Shrugged,[1] de la novelista neoliberal Ayn Rand. Los fundadores de GCC compraron casi 5000 hectáreas en el Valle de Casablanca con la idea de crear su propio refugio libertario. El proyecto pronto implosionó y uno de los principales fundadores, Jeff Berwick, se dirigió a México, donde creó con algunos compatriotas estadounidenses lo que se consideraría la reunión anual anarcocapitalista más grande del mundo: Anarcopulco. En alta mar, en las islas del Pacífico y el Caribe, también hay una variedad de proyectos libertarios similares, financiados por criptomonedas como bitcoin y ansiosos por colonizar terrenos supuestamente baldíos para construir sus países privados. Vanuatu, Tahití, Guatemala, El Salvador, Puerto Rico… la lista no termina.

Los modelos de ciudad y campo privados y libres deben preocuparnos. Son el siguiente paso lógico en la privatización de la gobernanza a través del mecanismo de la propiedad. Las ciudades privadas planeadas para Honduras no serán libres, en el sentido de que uno podría simplemente elegir participar con los pies, pero no con la billetera. Conllevan un costo monetario real de inversión o compra. No estarían abiertos a todos y no hay derecho a que uno simplemente se una. La inmigración estaría restringida (tanto como la libertad de movimiento) y la riqueza sería un determinante básico de la membresía, tanto que incluso los defensores de la idea admiten que tales ciudades se parecerían menos a ciudades o países y más a “clubes”. Una vez que los argumentos de venta, las declaraciones de visión, los graznidos por la libertad y las citas de Ayn Rand han sido debidamente digeridos, nos quedamos con una verdad descarada: “la ciudad privada libre” es solo otro nombre para un club de campo expansivo, privado y exclusivo en el país de otras personas. La literatura promocional que elogia el escapismo libertario a menudo se lee menos como innovación en la gobernanza y más como una cobertura ideológica para una práctica bastante rudimentaria y antigua –el acaparamiento de tierras y agua–, aunque envuelta en el lenguaje de moda de la disrupción y la descentralización. El resultado de estas nuevas formas de escapismo territorial no producirá un mundo sin fronteras de abundancia empresarial, sino un mundo de fronteras fortificadas, exceso de privilegios y escasez colectiva

Por repugnantes que sean, las fantasías galácticas de Richard Branson, Jeff Bezos y Elon Musk son una distracción. La carrera espacial que debería atraer nuestra atención es la que se desarrolla ahora mismo en nuestro planeta, en lugares que generaciones de colonizadores e imperialistas, especuladores y estafadores, siempre han procurado para lograr la compra territorial de sus sueños privados: América Central y el Caribe, las islas del Pacífico y alta mar.