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Sunglasses: Especial Madrid

Nuestra sección se va de viaje y se viste de gala para visitar Madrid. Hemos intentado darnos un paseo por la capital, como siempre, con una mirada un tanto distinta.

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Madrid
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Nuestra primera parada fue Madrid Río. Quien sigue las noticias acerca de este tramo urbano del Manzanares, habrá visto que ha ocupado algunos titulares en este último par de años. Sobre todo apropósito de su fauna que crece cada día.

 

El soterramiento de la M30 permitió que se replantease este tramo Del Río y la presencia del mismo en su paso por la urbe. Así, en 2005 el arquitecto Ginés Garrido logró triunfar con su proyecto en el concurso de ideas para reurbanizar la zona. Los madrileños estaban expectantes y en 2011 pudieron ver la inauguración del ahora recién estrenado Madrid Río. Por fin los vecinos disfrutaron de un nuevo espacio libre donde pasear, practicar deporte o, como han hecho muchos, permanecer atentos a la mejora de habitabilidad Del Río que supusieron estos cambios.

No obstante, el broche de oro definitivo llegó en 2015 y gracias a un proyecto de Ecologistas en Acción. La organización presentó una propuesta para desembalsar el río y conseguir así el asentamiento de diversas especies que agradecerían el refugio que el Manzanares supondría en su tramo más urbano. Así fue y desde que el río fluyó libre sin presas, la vida se ha multiplicado dejando estupefactos a vecinos y turistas. Pasear por el Madrid Río es alejarte de la ciudad estando plenamente en ella. Nosotros entramos por El Matadero, cerca de Legazpi, y la impresión fue la de haber cruzado a otra dimensión.

Las ciudades enormes tienen esto, diversas dimensiones en si mismas y, por eso, resulta tan impactante cruzar de unas a otras y pensar que no has cambiado de lugar. Así, boquiabiertos, presenciamos los islotes que el desembalse produjo y que son una ebullición de vida. Vimos el trajín de los patos yendo y viniendo, el atareado silencio expectante de una garza cazadora y el vuelo de distintos pajaritos que no supimos identificar, pero que sabemos que podrían ser martinetes, petirrojos o cormoranes. No pudimos ver a las escurridizas nutrias, pero nos consta de buena fuente que andan por ahí haciendo de las suyas.

La segunda parada se la dedicamos a una de las facetas más valoradas de la capital: la cultura. Queríamos visitar algunos centros literarios, de esos que mantienen viva la memoria de nuestros literatos más diestros. Por eso nos trasladamos hasta la Plaza Mayor donde sabíamos que estaba el restaurante Los Galayos que presume de no haber parado de cocinar desde 1894.

Son muchas las historias que el local acumula en sus más de 100 años de existencia, pero nosotros íbamos buscando una en particular. Nuestra búsqueda se remonta al 29 de Abril de 1936. Aquel día Los Galayos recibiría a la generación del 27 que se reunía por última vez. El motivo que les movía a sentarse alrededor de una mesa era la celebración del éxito obtenido por “La realidad y el deseo” de Luis Cernuda. Estaban todos, desde Neruda hasta Lorca. Rubén Darío, Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Maruja Mallo… Los grandes nombres de la poesía que marcaron para siempre la literatura, se abrazaron por última vez sobre las maderas del suelo de Los Galayos.

El restaurante era tal y como lo imaginábamos. Incluso un poco mejor. Las escaleras, los distintos salones y esa organización laberíntica conseguía transportarte a otros tiempos. Además, un pajarito nos dijo que nadie debería irse de Los Galayos sin haber probado su delicioso cochinillo… Así que podéis ir tomando nota.

Nos movimos un poco hasta pisar el barrio de las letras y entramos en el conocido callejón del gato. Sí, aquel en el que Valle-Inclán creó el esperpento y donde los héroes iban a mirarse en los espejos cóncavos y convexos que deforman la realidad. Allí está el bar Las Bravas en el que te tienes que tomar unas bravas y en el que reposan los restos de los espejos originales enmarcados. Los de la calle son réplicas.

Un par de cervezas mediante y con el calor de las bravas en el estómago, le hicimos una visita a Lorca que custodia este emblemático barrio desde la plaza de Santa Ana, a los pies del precioso Teatro Colón que vimos iluminado en la noche. Por cierto que este otoño el edificio será territorio del oráculo de Delfos para recibir una representación de Edipo que todos deberíamos disfrutar.

Gafas Be Happy, cedidas por Centro Óptico Breogán

Nos despedimos de Madrid con una última parada de obligatorio cumplimiento para todo turista que se precie: El Retiro. Este parque que el conde-duque de Olivares regaló a Felipe IV en 1630 y que se abrió al público en 1716 por orden de Carlos III; sigue siendo el tesoro que todos hemos visitado. Un pulmón para Madrid, un remanso de tranquilidad en medio del ajetreo y un refugio para el sol. En él podemos disfrutar de su flora, su fauna, su arquitectura o su escultura. Y, si no nos llega todo esto, nos han recomendado una parada del paseo que en agosto viene muy bien. Se trata de la heladería que está por la entrada de la cuesta de Mollano.

Madrid siempre conquista si estás dispuesto a dejarte conquistar. Tiene opciones para cualquier tipo de turista, de viajero o de paseante. La urbe del encuentro, que siempre te recibe de brazos abiertos y llena de experiencias para el recuerdo, nos ha vuelto a dejar con un amargo sabor de boca en la despedida. Nuestro consuelo es que volveremos… Quizás para viajar a la pluma de Sófocles… Os lo contaremos.

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