A septiembre

"A septiembre" era una de las frases más aterradoras que podías escuchar siendo estudiante cuando tus planes de verano (y muchas veces, los de toda tu familia) dependían de los resultados del curso.

bécquerno.quevedo
bécquerno.quevedo

En 7º de EGB (1º de ESO para los millennials) pude saborear por primera vez las amargas mieles del verano en pasantía. Ya estaba acostumbrada a las extraescolares pero aquello era muy distinto a las clases de Música que tenía durante todo el año, incluida la época estival, y a las que iba encantada de la vida. El hecho de tener que quedarme en casa para ir a Solfeo y Piano no tenía nada que ver con chapar Sociales o Naturales en la trastienda de una librería para al día siguiente soltarlo todo de carrerilla a la profe particular, dicho con doble significado esta vez, por el tipo de clases que daba y por cómo era de especial nuestra queridísima Maripaz... A pesar de su empeño por hacernos el trago más agradable, la materia era tediosa y la frustración difícil de manejar. Aunque no me estuviese perdiendo un planazo, prefería mil veces que López me llevase con él a trabajar.

Después de aquel verano, no volví a pisar una prueba de septiembre hasta el año en que conocí al jugador de rugby, y en casa pensaron que un cambio de instituto me ayudaría a centrarme (coitados...) El día de la prueba de acceso, el Padre Ángel me dio cinco hojas con ejercicios de un nivel muy básico. Los hice mal aposta, muy mal. No quería que me sacaran de mi instituto por nada del mundo. Cuando nos llamaron para ir a buscar los resultados, yo iba temblando, temiendo la reacción de mi padre al escuchar que no era apta para la matrícula.

-"Bueno, Estela, todavía tenemos que estudiar tu caso pero tienes posibilidades de ingreso en nuestro centro", dijo mientras ocultaba con sus manos la evaluación de la prueba. Petrificada en el asiento, diseñé en cero coma el plan B: Suspender los exámenes de septiembre para no pasar de curso y que definitivamente no me quisieran en aquel colegio de pijos por burra.

Con Matemáticas y Física no tuve mayor problema, ya no las llevaba bien desde el principio. Sólo tenía que cargar las otras dos que había dejado, Gallego y Lengua. Lo que no contaba era con que la de Gallego tendría en cuenta mis buenas notas del resto del año y que en Literatura caería el poema que tenía escrito con rotulador permanente en la pared de mi cuarto. No podía dejar aquel comentario en blanco pero solo era una pregunta de seis, no sería suficiente para aprobar, así que me relajé y dediqué la hora y media a rellenar tres hojas por las dos caras hablando de aquellos versos, de su historia y de mi teoría sobre la supuesta misoginia del autor.

La profe de Lengua me llamó a su mesa el día de las notas, visiblemente molesta. -"No sé por qué has hecho esto, pero si lo que quieres es suspender mi asignatura no puedes mostrar esta pasión por la literatura. Además, has sido la única que ha puesto correctamente la autoría y te has atrevido a criticar la visión oficial que existe sobre el poeta y su obra. Para mí, este examen es de sobresaliente." El amor constante más allá de la muerte me había sentenciado y condenado a abandonar mi querido instituto pero, en aquel momento, lo que más me cabreaba era el hecho de que todos mis compañeros habían confundido a Bécquer con Quevedo.

Dicen que este año será el último curso con exámenes en septiembre. Los argumentos son variados pero quizás uno de los más fuertes sea la idea (¿peregrina?) de que la materia a recuperar está más fresca en junio que tres meses después. Ahora que me toca estar al otro lado y ser una de esas profes particulares que ayuda a superar las pendientes, tengo claro que este cambio en el calendario escolar no es la solución que necesita el alumnado, cuando seguimos anclados a un sistema obsoleto y rígido que mide por el mismo rasero a todos los estudiantes sin tener en cuenta las diferentes capacidades y el talento de cada uno en particular.

La ausencia de exámenes en septiembre no va a favorecer a aquellos estudiantes que necesitan dedicar un tiempo extra a alguna asignatura o a los que no pueden dedicar todo el tiempo que quisieran al curso, por diferentes circunstancias. Tampoco ayudará a aquellos que, en realidad, no quieren estudiar lo que les obliga la ley sino lo que les gusta y se les da bien hacer. Pienso que el problema no es septiembre. Es el contenido anticuado del currículum que no se adapta ni motiva a las nuevas generaciones, el planteamiento jerárquico de las clases, las injustas evaluaciones por medio de exámenes sin criterio ni distinción, el profesorado escogido por unas oposiciones creadas el siglo pasado y que no evalúan su capacidad docente ni su inteligencia emocional,... El problema está en EL SISTEMA, no en el calendario.