De pequeña debía ser muy lenta porque repetí Parvulitos. O quizás era tan lista que me aceptaron un año antes en el "cole de mayores". Nunca me quedó claro. El caso es que con apenas 3 años ya estaba en Placeres. Así le llamaban y ahora que lo pienso, no podía tener mejor nombre.
El abuelo José era poeta. Y analfabeto. También era cojo, tenía el pie completamente deformado porque de niño se había clavado una astilla en el talón y comenzó a caminar de puntillas sin que nadie de su familia, muy humilde y numerosa, le prestase atención.
Mi primera experiencia como Community Manager fue hace ya una década, cuando la mayoría no sabía que existíamos y los que sabían nos tomaban por el pito del sereno (literal).
Recuerdo algo que me impactó cuando conocí a Berta. Habíamos hablado por teléfono pero pasó algún tiempo antes de vernos en persona. Coincidimos por primera vez el día del seminario para el que Teresa nos había puesto en contacto.
Era uno de esos días con olor a tierra seca. El camino a casa se convertía en un auténtico placer cuando el clima acompañaba. Solíamos entretenernos con la mínima, con tal de retrasar la llegada, aún sabiendo que eso supondría una bronca segura.
Era una de esas tardes en las que, desde el inicio, tenía la sensación de que la clase estaba destinada al fracaso, pero cualquier complicación que pudiera haber imaginado no habría hecho justicia a lo que sucedió.
Cuando el trabajo se lo permitía, se quedaba sentado en el muro de la casa de tía Pastora observando embobado los barcos que pasaban por la ría y preguntándose cómo podían flotar con el peso que tendrían...
El ocio no era algo de lo que se pudiese disfrutar a menudo en casa pero, cuando se podía, solíamos ir al cine. Era una de las pocas cosas que hacíamos en familia además de trabajar. Algunos fines de semana, íbamos a Vigo, a ver una peli al Fraga.
"A septiembre" era una de las frases más aterradoras que podías escuchar siendo estudiante cuando tus planes de verano (y muchas veces, los de toda tu familia) dependían de los resultados del curso.
Hoy el paseo hacia la playa olía a higos maduros. Nos pasábamos el verano subidas a la higuera de la casa de la tía Pastora, contándonos historias de clase y de niños con ojos tristes mientras comíamos la fruta cogida directamente de las ramas. Eran los últimos momentos que viviríamos juntas hasta la Universidad, 10 años tuvieron que pasar para volver a encontrarnos. Si lo llego a saber, te habría disfrutado aún más.
La abuela Adelina no era nuestra abuela. Tampoco era mamá Adelina como la llamaban mis tías y mi madre. Pero ese era el motivo por el que sus bisnietas la llamábamos abuela. Todas queríamos estar con ella, siempre que íbamos a Vilaboa, caminábamos hasta el Picho para verla y nos peleábamos por su "colo" mientras nos cantaba o nos contaba alguna historia.
Era uno de esos días de mayo en los que empieza a oler a verano así que decidimos disfrutar de nuestra primera terraza, más apetecible que nunca después de unos meses de encierro forzado.
Nunca supe el nombre real de Pachi. Solo sé que no era Francisco ni tampoco vasco. Vivía con su madre en el edificio de la librería pero de eso no me enteré hasta el día que lo encontraron en los soportales con un pico colgando del brazo.
Un barrio de Madrid en el que había mucho ambiente. Eso era todo lo que yo sabía sobre Chueca. Y ya era más de lo que sabía Diego sobre mí cuando supo que iba a pasar el fin de semana en la capital y escribió aquello de “Ei!!! Andas por aquí?! Tomamos algo?!”
Me costó años entender el significado de la palabra "veraneo". Escuchaba a la gente hablar de ello como si fuese la panacea, el sosiego anhelado, la hora feliz de otro año igual de duro y complicado.