Aprender a leer

Estaba aprendiendo a leer y él estaba claramente hasta las narices (con razón) pero ni así podía evitar retransmitirle todo lo que iba descifrando.

aprender a leer
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Recuerdo sentirme como si me hubiese salido un tercer ojo. De repente, podía ver más allá y un nuevo mundo se abría a mi paso al tiempo que iba descubriendo carteles, vallas, anuncios, calles... Observaba maravillada todo aquello que había pasado desapercibido para mí hasta entonces y leía a viva voz: "E le vaa do res Ooo tis, Pee uu gee to" ("Peixó", me corregía), "Pooon te vedga, Viiii go, pe aaa je, el Cogte Inglés, Pooog tuuu gal, Poggtugal, Pogggtugal". Cala un pouco, oh!

En la librería tampoco podía hablar mucho así que alimentaba mi ansia leyendo por lo bajo todo lo que caía en mis manos y, poco a poco, fui abriendo fronteras y pasando de la conquista de las palabras a las frases y de las frases a los párrafos; primero por simple práctica, después por puro gusto. Empecé por los cómics. Mis favoritos eran Carpanta y Rompetechos, ¡cómo no! Benito Boniato y Zipi y Zape también me gustaban mucho, me causaban ya la atracción que siempre he sentido por los más rebeldes. En verdad era empatía pero yo aún no lo sabía. Esther irrumpió en mi pre-adolescencia arrasando como un tren de madrugada con todo el silencio que habían impuesto a mi pubertad.

Una tarde, mamá salió a la de Plácido y yo me quedé en la librería leyendo. La historia de aquella chica y su amor por Juanito me tenía cautivada. Cuando volvió, levanté la vista para saludarla y me encontré con la mirada sorprendida y algo molesta de dos clientas que habían entrado a comprar y que, por lo visto, llevaban mirándome sumida en la lectura un buen rato sin que yo me inmutara. “¿Y si vinieran a robar, qué?” Dijo ella, haciendo que bromeaba mientras yo trataba de disimular mi rubor y el sudor repentino que me invadió al ser consciente de que había estado sumida en mi más absoluta intimidad en presencia de dos desconocidas.

En las Peregrinas de aquel año, como era de costumbre, terminamos la jornada dando un paseo por la feria y parando en el puesto de libros de ocasión para saludar a los colegas y, de paso, comprarme un cuento, más cómics o unas mariquitas. Sin embargo, aquella noche me fui de cabeza a la sección que hasta entonces había considerado "de mayores" y fue así cómo cayó en mis manos La pequeña Fadette, mi primera novela. Tardé años en saber que aquel autor, George Sand, era en realidad autora y tantas otras cosas sobre las obras y los escritores que empecé a leer de manera compulsiva pero, desde el inicio, supe que todo aquello era un tesoro de valor incalculable que se puede regalar sin que deje de ser tuyo, y que quería formar parte de ello.

Siempre les he dicho a mis alumnos que leer no es algo que te guste o no. Leer es algo que nos gusta a todos cuando aprendemos a hacerlo y no me refiero a esos primeros pasos con los que empiezo este relato, sino al aprendizaje que viene después de la práctica inicial. Aprender a leer es mojarse, coger el marcapáginas a modo de tabla y lanzarse al océano de letras buscando en los siete mares esa ola que de repente identificas como propia y de la que ya no querrás salir jamás. Entras en el discurso, te zambulles en la historia, la haces tuya y la sientes como balas directas a emociones dispares. Es entonces cuando has aprendido a leer, cuando ya no puedes dejar de hacerlo.

La literatura es el reflejo regalado de una existencia cuyo significado puede variar por completo dependiendo de tu propia experiencia. Cuando compartimos lo que escribimos, estamos ofreciendo algo que perderá por completo el sentido que tenía cuando fue creado, y así debe ser, porque si has aprendido a leer, esta historia o cualquier otra dejará de ser mía nada más caer en tus manos, aunque me deje en cada texto un pedacito de vientre, porque la literatura no es de quien la escribe sino de quien la lee.

 

Much Better Now from Salon Alpin on Vimeo.