Los abrazos

Recuerdo algo que me impactó cuando conocí a Berta. Habíamos hablado por teléfono pero pasó algún tiempo antes de vernos en persona. Coincidimos por primera vez el día del seminario para el que Teresa nos había puesto en contacto.
Los abrazos
Los abrazos

A pesar del jaleo que me encontré al llegar, enseguida la distinguí entre el resto de mujeres por las imágenes que había visto de ella en las redes y esas gafas tan peculiares. Ella se giró y también me reconoció. Hizo un gesto de saludo y comenzó a caminar hacia la entrada. 

Como si de dos novios se tratara, avanzábamos una hacia la otra en aquella vieja capilla convertida en improvisado salón de actos. Ella de espaldas a lo que en algún tiempo seguro fue un magnífico altar. Recuerdo pensar en ese instante lo mal que le habría parecido a mi abuela que aquela rapaza estivera camiñando de espaldas a "Noso Señor". Siempre nos reñía cuando en la iglesia nos girábamos o intentábamos salir del templo sin la obligada reverencia, rodilla y mirada al suelo, y al menos los primeros pasos marcha atrás. 

Una generosa sonrisa y un saludo en ese galego delicioso que siempre lleva por bandera fueron el perfecto preludio a un abrazo que apostaría ninguna de las dos esperaba aunque no pudo ser mejor bienvenido por ambas. Años después, comentamos ese detalle y las dos coincidíamos en la extraña sensación de cercanía y familiaridad que ese abrazo nos dejó. 

Recuerdo también a otra mujer que me impactó por su abrazo la primera vez que nos vimos. En esta ocasión, no habíamos hablado antes ni sabíamos que ya teníamos tanta gente en común que nuestro encuentro era inexorable. Estaba en la Pequeña Bauhaus con sus pequeños cuando llegué aquella tarde y nada más entrar por la puerta, la vi sentada en la entrada y me quedé prendada. Recuerdo que me impactó lo bellísima que era. Que es. Antes de que alguien alcanzase a presentarnos, se levantó, dijo "Hola, yo soy Yosi" con su voz seductora y me envolvió entre sus brazos con tanta ternura que al momento quise quedarme a vivir para siempre en aquel espacio.

Los abrazos pueden ser de cortesía, con palmadita suave en la espalda y con el culo en pompa guardando la distancia desde la zona íntima hasta los pies para mostrar mayor respeto. Estos suelen ser breves y con escasa carga energética pero aun así, se agradecen como si se tratasen de una cerilla encendida en medio de la oscuridad. 

También pueden ser de amistad, más intensos, largos y alegres como un vermouth de domingo que acaba en merienda-cena, pero aun con la barrera invisible del decoro controlando el roce de piel y hueso, a diferencia de los abrazos de amor apasionado en los que aguantas la respiración y no circula un gramo de aire entre los cuerpos entregados hasta el alma. Estos son abrazos de los pies a la cabeza, con derecho a roce y pase directo a la cama. 

Luego están los abrazos de abuela, padre, hija, hermana, primo, madrina... necesarios como el respirar, cálidos como el ambiente de la cocina de Valentina los domingos por la mañana, sentidos como la canción que tarareabas a tu bebé a modo de nana. Abrazos infinitos que, como poco, te arropan, te dan cobijo y te alinean los chakras. 

Y en otra liga está el abrazo que de repente te regala un perfecto desconocido y se funde contigo en una pieza única de joyería. Eso es mucho más que un abrazo, es un pre-sentimiento, el anuncio de la llegada de una nueva etapa, del comienzo de una amistad, de un afecto imperecedero, de un amor... 

Los abrazos son la mejor carta de presentación, la mayor de las bienvenidas, el saludo del corazón. Un regalo con efecto boomerang que entregas al mismo tiempo que viene de vuelta. Todo eso sin entrar en detalles más que conocidos acerca del efecto en la salud física, mental y emocional de los que se abrazan. No hay nada en el mundo más sanador que el abrazo fraternal de quien menos te lo esperas. 

Que vuelvan los abrazos.