El gas de la risa (parte I)

La búsqueda de remedios paliativos contra el dolor por parte de la Medicina ha sido una constante desde los albores de la humanidad: opio, cannabis, coca, solanáceas, alcohol...

El nacimiento de la anestesia gaseosa supuso la gran revolución de la cirugía, aunque no tuvo lugar hasta mediados del siglo XIX.

Anestesia
Anestesia

Entre los distintos gases anestésicos, cabe destacar el óxido nitroso descubierto en 1775 por el químico inglés Joseph Priestley, y que fue en definitiva el primer gas anestésico de la historia.

Sin embargo, sería el joven químico Humphry Davy quien descubriría las propiedades anestésicas del óxido nitroso. Lo hizo al experimentar en sí mismo, en 1796, los efectos de dicho gas en el alivio de un dolor odontológico.

Circunstancias parecidas concurrieron con respecto al éter, según publicaciones de 1818, encontrando en ambas sustancias la capacidad para inducir un estado de insensibilidad letárgica similar. 

Sin embargo, tanto una como otra no encontraron su hueco terapéutico pero sí acabaron obteniendo un gran éxito como sustancias de uso recreativo. De hecho, el óxido nitroso, alcanzó una enorme popularidad por su capacidad euforizante, conocido por ello como “gas hilarante” o “gas de la risa” en reuniones de la alta sociedad y, posteriormente, en el ámbito circense.

Por su parte, y en la misma línea el éter se tornó en una bebida euforizante, competencia directa de las bebidas alcohólicas y dispensada también en tascas y tabernas, llegando a ocasionar en algunos países, como Irlanda, una auténtica epidemia de “eteromanía”.

Odontología y anestesia gaseosa

El verdadero desarrollo de la anestesia gaseosa se lo debemos a nuestro colectivo de dentistas pioneros de aquella época. Estos profesionales estaban muy preocupados, por razones obvias, en mejorar la atención y fidelidad de unos pacientes muy castigados por los procesos dolorosos.

De hecho, la recuperación para la ciencia médica de las propiedades anestésicas del óxido nitroso y del éter se debe a dos dentistas norteamericanos llamados Horace Wells y Williams T.G. Morton.

Como sucedió con otras grandes aportaciones a la Historia de la Medicina, en esta epopeya, plagada de controversias, la serendipia y la casualidad intervinieron de forma crucial.

En 1844, ejerciendo en la localidad de Hartford, Wells acudió a una representación del famoso “Circo Barnum”.Este ofrecía, entre otras atracciones, una sesión de gas hilarante dirigida por un farmacéutico ambulante llamado Gardner Q. Colton.

El azar quiso que un vecino del pueblo, Samuel Cooley, sufriera una aparatosa herida durante la sesión, sin mostrar ningún tipo de dolor mientras duraban los efectos del gas.

Wells rápidamente vio la posible utilidad de esta sustancia en el ejercicio de su profesión y solicitó a Colton que acudiera a su consulta para aplicarle el gas a él mismo y dejarse extraer una pieza dentaria.

Dado el éxito de la intervención, Wells empleó habitualmente el óxido nitroso en su consulta y finalmente convenció a un prestigioso cirujano del Massachusetts General Hospital de Boston, John C. Warren, para realizar una demostración pública de los efectos del gas en una intervención quirúrgica.

Esta demostración con el protóxido de ázoe u óxido nitroso tuvo lugar el 20 de enero de 1845 y acabó en un rotundo fracaso, pues Wells carecía de la suficiente pericia en el procedimiento de aplicación y el paciente despertó gritando de dolor durante la intervención de amputación de un miembro.

Conocedor de los experimentos de su colega Wells, Morton comenzó a investigar, infructuosamente, sobre los efectos del éter en los animales. Por este motivo, consultó a su profesor de química, Charles T. Jackson, quien le recomendó el uso de éter sulfúrico puro.

Con esta sustancia y un aparato para su aplicación, diseñado por el propio Morton, pudo efectuar una extracción dentaria sin dolor y solicitar una nueva demostración pública en el mismo Massachusetts General Hospital.

Esta tuvo lugar el 16 de octubre de 1846, en un paciente con un tumor cervical, que fue intervenido por Warren con un enorme éxito.

El paciente, Gilbert Abbott, permaneció inconsciente e inmóvil durante toda la intervención. Ese día pasó a la historia como el nacimiento de la ANESTESIA QUIRÚRGICA.

Cuando los protagonistas no acaban bien

La historia de la anestesia parece haber arrastrado, en palabras de algunos autores, una especie de maldición a modo de venganza divina por la violación del clásico axioma “divinum est sedare dolore” (“divino es eliminar el dolor”), que parece haber marcado el trágico destino de los pioneros de la anestesia gaseosa.

Priestley murió exiliado en Estados Unidos. Davy, intoxicado por sus propias creaciones. Morton, arruinado. Y Wells, adicto al cloroformo, acabó suicidándose en prisión tras ser condenado por arrojar ácido a dos mujeres.

En cualquier caso, la aportación de Wells a la Medicina puede ser considerada como una de las más relevantes de la historia. Al erradicar el dolor durante las intervenciones quirúrgicas, permitió el desarrollo de la Cirugía, la Odontología y otras especialidades médicas tal como las conocemos en la actualidad.