Arte

Una mirada amorosa al mundo: el arte como acto de cuidado

Mercedes Touzón nació en un pequeño pueblo de la montaña occidental leonesa, donde la belleza austera del paisaje marcó su infancia. 

Una mirada amorosa al mundo: el arte como acto de cuidado
Mercedes Touzón
Mercedes Touzón

Orígenes entre montaña y carbón

Su madre, de manos firmes y mirada luminosa, se enamoró de un gallego llegado desde la Ribeira Sacra a trabajar en la línea de alta tensión. Él se quedó, cambió los cables por el carbón y acabó como picador en la mina, al igual que su suegro. Esa mezcla de raíces —la dureza del norte y la humedad del oeste— forjó el carácter de Mercedes, sensible pero tenaz.

Infancia creativa

Desde pequeña, Mercedes encontró refugio y juego en el arte. Dibujaba, hacía collages, pequeñas esculturas con barro, madera, plastilina o cartones. Todo servía para construir un mundo propio. Su madre, que cosía, le enseñó el gusto por las texturas, los detalles, el ritmo silencioso de las cosas bien hechas. Así se fue gestando una mirada curiosa, atenta, que no ha dejado de acompañarla.

Un giro vital

Estudió Turismo, se casó, trabajó en León. Pero por diversas circunstancias decidió mudarse a A Coruña, sola con su hija de apenas un año. “Necesitaba empezar de nuevo. No conocía a nadie, pero sentí que este lugar podía ser hogar”. A Coruña le ofreció una nueva vida, aunque no exenta de dificultades. Durante años trabajó diseñando proyectos para arquitectos y constructoras. Aprendió el lenguaje técnico, pero lo que realmente le interesaba era la armonía, la conexión entre los objetos y su entorno.

Volver al arte

La crisis del 2008 marcó un punto de inflexión. Perdió estabilidad laboral, pero recuperó tiempo y deseo. Volvió a crear, como una necesidad. Comenzó a trabajar con objetos encontrados: cuerdas marinas, redes rotas, maderas arrastradas por el mar, telas antiguas, hierro oxidado. “Recojo cosas que tienen historia, que han vivido. Las limpio, las miro, las dejo hablar”.

La red que abre caminos

Una amiga artista, Gosia, fue clave en este proceso. Al ver una de sus piezas —collares con plumas y cristal— le propuso participar en Estudios Abertos. Mercedes dudó, no se consideraba artista. Pero aceptó, y aquella experiencia le dio el impulso que necesitaba. “Por primera vez sentí que lo que hacía tocaba a otras personas”. Siento un agradecimiento inmenso a Gosia por ese impulso que ella me dio; me ayudó a desplegar mis alas. Gracias Gosia.

Un lenguaje propio

Su obra habla del mar, del tiempo, de lo vivo. Usa materiales naturales y reciclados, guiada por el respeto y la escucha. “Trabajo con tesoros que encuentro, una segunda vida a lo desechado”. Me interesa la memoria de los objetos”. Las redes que utiliza son bellas pero incómodas, símbolo de pesca y de exceso, de vida y de abuso. “El arte también puede ser denuncia, puede cuestionar sin gritar”.

Hacer sin prisa

Mercedes no produce por encargo, ni persigue el mercado. Su creación es un gesto íntimo, libre, a veces solitario. No tiene estudio fijo; trabaja en casa, en la playa, en el bosque, donde la materia la encuentra. “No vivo del arte, pero necesito de él. Que esté presente. Que me recuerde quién soy”.

También quiero agradecer de un modo muy especial a Chelo Facal por su mirada generosa y su impulso constante. Su apoyo fue clave para animarme a mostrar mi trabajo, para confiar en esta forma de crear que a veces parece silenciosa, pero que también construye vínculos. Gracias por tender puentes, por abrir espacios y por creer en lo que aún está en proceso.

Una mirada amorosa al mundo: el arte como acto de cuidado