Coruña en el recuerdo
El cauce de las historias ocultas
El río Monelos representó un espacio natural multiusos que se asoció a numerosos problemas y recibió críticas virulentas mientras se aguardaban reformas que concluyeron con su soterramiento en el casco urbano

La calle Río Monelos menciona y rememora un patrimonio natural coruñés oculto desde hace más de medio siglo bajo la superficie artificial del casco urbano. Aquel antiguo cauce había sido escenario de cruentas batallas que pudieron modificar el curso de la historia, había marcado una frontera entre municipios, había facilitado actividades agrícolas, había actuado como zona de pesca y lavadero que servía de punto de encuentro y había inspirado el recreo infantil en épocas no tan lejanas.
La calidad de sus aguas padeció un deterioro progresivo con el aumento de la producción industrial en sus proximidades, y el río comenzó a asociarse al mal olor del entorno en tiempos en los que resultaba más difícil técnicamente controlar la depuración. Sus frecuentes desbordamientos en días de lluvia abundante causaban molestias y desperfectos en viviendas o instalaciones cercanas.
Algunos textos publicados en la prensa gallega, cuando aún se hablaba con insistencia de proyectos de canalización y entubamiento de los tramos más céntricos del cauce fluvial, plasmaban sin grandes tapujos y con cierta agresividad una sensación de desprecio a lo que parecía representar entonces el río Monelos.
Un río envilecido que toca a su fin
El diario vespertino La Noche informaba en diciembre de 1959 de un nuevo desbordamiento y sostenía que “acaso sea ésta su despedida como río propiamente dicho”, pues se aguardaba un próximo “entubamiento, que le llevará bajo tierra, oscuramente, hasta el mar, allá por la zona portuaria de San Diego, donde ahora desemboca”.
Ese mismo texto indicaba que “tal vez sea este desbordamiento del humilde río marinedino su canto del cisne, su despedida de un sol que brillaba en su delgada espina dorsal, de los muchachos que jugaban en su ribera y de los patos que bogaban en sus lomos o se zambullían en el cercano y limoso fondo”.
El asunto del encauzamiento se planteaba en tono de hartazgo en otro artículo publicado en El Correo Gallego durante el verano de 1962: “Es viejo tema, como viejo es el río, y como de viejo se sabe que es un caudal de agua sin pretensiones, que a lo más inunda unas pequeñas vegas en invierno y en el estío corre con un esfuerzo agotador, apenas perceptible, pero notablemente envilecido por residuos y podredumbres de fábricas de harinas de pescado, de conservas y otras similares”.
El cansancio debido a la demora de las obras y la descripción rotunda de la situación deplorable del entorno destacaban en el resto del texto: “De este tema hemos tratado reiteradamente como lo vienen haciendo todos los colegas desde hace cincuenta años en que se habló por vez primera de encauzar el río de Monelos. Porque esta desdicha ciudadana forma en la ciudad herculina un cinturón de asco y de náusea, ya que cruza algunas de sus barriadas más populosas, cuales son la de Monelos y la de La Gaiteira”.
Homenaje para un patrimonio invisible
La llegada de la estación más calurosa acentuaba los inconvenientes de mantener en aquellas condiciones el río. Un redactor que se hacía llamar El Otro Duende propuso en las páginas de La Noche, en junio de 1964, “comprar máscaras antigases para transitar aquel paraje”, y se quejaba de los “mosquitos capaces de nublar el sol que allí tienen instalado su cuartel general”.
Aquel mismo diario indicaba, en febrero de 1965, que “los trabajos de encauzamiento del río de Monelos se encuentran muy avanzados, por lo que próximamente se verá resuelto el hasta ahora grave problema provocado por el río”.
Nadie integró a aquel testigo de la evolución de una ciudad en la que comenzó a ser considerado un estorbo. Enterrarlo bajo el asfalto significó entonces un alivio más práctico. El sonido del motor sustituye al murmullo de la corriente de agua en los lugares de más densidad de población y tránsito de vehículos, aunque algunos regatos todavía son visibles en varios puntos del municipio.
Una lámina azul recuerda y homenajea al río, desde hace un par de años, en la confluencia de la calle que lleva su nombre y Alcalde Marchesi. Un estanque en miniatura, de llamativo color azul cielo, que simula el curso original del cauce fantasma. Una porción de agua dulce que, en un guiño realista, desborda una cantidad proporcional de líquido por el espacio peatonal cuando llueve con intensidad.